jueves, 7 de junio de 2012

El hotel

Llegaron al hotel cuando ya había caído la noche. Ella caminaba delante, seguida del chico, el cual iba cargando con una gran maleta. Se dirigieron a recepción y ella tomó la llave de la habitación, y se dirigió al ascensor. Él la siguió, pero cuando iba a entrar al ascensor ella le detuvo.
— Tu ve por la escalera.

La puerta se cerró delante de él y, tomando de nuevo la maleta, se dirigió a las escaleras. Cinco pisos después, sin demorarse, llegó al último piso del hotel, y cruzó la puerta que ella le había dejado abierta, cerrándola a su paso. La mujer tomó su portátil del bolsillo exterior de la maleta, y lo puso sobre la mesa.
— Ponte a cuatro patas.
Así hizo, y ella se sentó en su lomo, justo sobre sus hombros, con las piernas colgando hacia adelante, y quedando a la altura correcta para usar su ordenador. Lo encendió, conectó a la red del hotel, y se puso a escribir un correo con calma. El chico aguantó como pudo el peso de la mujer, que recaía todo sobre sus brazos, esperando que no tardase mucho.

Las muñecas empezaban a molestarle cuando al fin ella pulsó "Enviar". Esto le alivió, pensando que al fin se levantaría, pero ella había pensado en ver quién estaba conectado y hablar unos minutos. Pronto los brazos del joven empezaron a temblar del esfuerzo, y ella le golpeó:
— ¡Quieto! No puedo teclear así.

El chico se esforzó por estar lo más quieto posible durante los siguientes minutos hasta que por fin ella bajó la pantalla y se levantó de su lomo. Le indicó que le preparase la ducha y su pijama, y cuando todo estuvo listo, fue a ducharse, mientras él esperó a la puerta, de rodillas, con la ropa en sus manos. A los 15 minutos la mujer salió envuelta en la toalla, tomó la ropa, y le ordenó desnudarse a él y entrar en la ducha mientras ella se ponía el pijama. Al minuto, entró a la ducha ya vestida de rosa, y tomando la ducha abrió el grifo del agua fría, y empezó a aclarar al joven. Él se encogió de frío y se tapó las zonas más sensibles, pero ella le ordenó que no lo hiciese, y continuó hasta haberlo empapado a conciencia. Finalmente, le ordenó salir a 4 patas a la habitación, lo cubrió con una toalla doblada para no mojarse, y se sentó sobre él.
— Vamos a dar una vuelta por la planta. Si no quieres que nadie te vea desnudo, ¡camina rápido!

De este modo recorrieron el pequeño pasillo de la planta, y cuando volvían a la habitación, por fortuna sin haberse cruzado con nadie, le dijo mientras se levantaba de nuevo:
— Bajemos la escalera. Tranquilo, nadie la va a usar, y menos a estas horas.
Una vez estaban en el giro antes de llegar al bajo, se detuvieron, y ella le ordenó:
— Ahora súbeme a caballito. Son solo 4 plantas y media.

El joven se puso en marcha, subiendo lo mejor que pudo las escaleras sosteniendo a la mujer, desnudo y aún mojado. Ella, por su parte, sonreía acurrucada en su suave pijama. Tras unos minutos que se alargaron para el chico, llegaron de nuevo a su planta y a la habitación. Entraron, y ella tomó otro objeto de la maleta: un pequeño vibrador.
— Me apetece relajarme un rato, así que ponte de nuevo a 4 patas. Quiero que hagas la ola mientras yo disfruto.

El chico cumplió lo ordenado, y la mujer se sentó en la parte baja de su lomo, lo cual le facilitaba el sostenerla, y encendió su juguete. Él empezó el movimiento que le había sido ordenado, consistente en moverse hacia atrás enderezándose, luego bajar flexionando los brazos, y finalmente elevarse volviendo a la posición inicial, como había aprendido en una web. Era un ejercicio muy agotador, y tras las 20 primeras repeticiones estaba jadeando y sudando, y le costaba subir a cada vez. Pero ella no le permitió bajar el ritmo, golpeando su trasero cada vez que reducía la velocidad. Así tuvo que continuar hasta que la mujer alcanzó el orgasmo sobre su lomo, mientras él se esforzaba por complacerla.

Al fin le permitió detenerse, se levantó, y se metió en la cama. Ya era tarde, y mañana quería cabalgar temprano por la mañana. El chico, por su parte, se acurrucó en el suelo a los pies de la cama, donde trató de conciliar el sueño: el día siguiente iba a ser más duro.

viernes, 1 de junio de 2012

El torneo

(continuación de Amigas del rancho)

En verano se celebran muchos torneos en el rancho. Hay múltiples modalidades, además de las clásicas carreras de carro que se celebran todo el año, incluyendo competición de sentadillas en piscina, o el durísimo maratón.

María y Carla asistieron de público a uno de los torneos, y les gustó tanto que decidieron proponer a su amigo probar algo así. Como no podían inscribirse sin experiencia previa, quedaron para experimentar en solitario previamente, y aprender los tres juntos.

Llegaron al rancho el día que lo habían reservado, como tantas otras veces desde aquella primera ocasión. Carla llevaba un top negro que dejaba ver su cuidada figura y pantalones cortos: un look sexy y atrevido. María, ya más confiada pero aún algo reservada, lucía también unos vaqueros cortos que realzaban sus gruesas y hermosas piernas, mientras que una camisa blanca disimulaba sus kilos de más. Su poni, como en otras ocasiones, solo tenía permitido llevar un ajustado boxer negro.

Tras hablarlo un instante entre ellas, decidieron que lo primero que probarían sería a usar su poni de toro mecánico. Le ordenaron ponerse a cuatro patas en el centro de una colchoneta, y sortearon quién empezaría, privilegio que le tocó a Carla, por lo que María la cronometraría.

La mujer se sentó sobre el joven, y cuando su amiga dio la señal, él empezó a moverse bruscamente hacia adelante y atrás, subiendo y bajando, con ella rebotando fuertemente sobre su lomo como si de un verdadero toro mecánico se tratase. Ella tenía buen equilibrio, y se agarró fuertemente con sus piernas apretando los costados del chico, por lo que aguantó casi 3 minutos antes de que en un giro se fuese hacia un lado y cayese sobre la colchoneta. Aunque era una mujer ligera, ese tiempo fue suficiente para que el esfuerzo de cada vez que la hacía botar hubiese puesto a sudar al poni, que respiraba algo más rápido de lo normal.

Pasó a ser el turno de María, que se sentó despacio sobre el chico. La diferencia de peso era evidente para él, y más aún tras recibir la señal y empezar a moverse: no era tan sencillo hacerla botar como a Carla, y sus movimientos eran más lentos. Esto facilitaba a María el equilibrio, con lo que alcanzó con relativa facilidad los 4 minutos, mientras el muchacho sudaba más intensamente y empezaba a jadear. Carla aceptó la derrota y la ronda terminó.

Pero antes de pasar a la siguiente prueba decidieron hacer una última ronda con las dos a la vez, solo por diversión. María se sentó cerca de los hombros del muchacho, donde su peso le resultaba más duro, y Carla detrás de ella abrazándola. Los muslos de ambas chicas le apretaron, y empezó a intentar agitarse como en las rondas anteriores, pero el peso sobre su espalda y el cansancio se lo dificultaban más y más, y apenas era capaz de elevarse de nuevo tras cada vez que doblaba sus brazos. Finalmente en uno de esos movimientos colapsó, y las chicas rieron un instante antes de levantarse.

A continuación, tras dar unos minutos al muchacho para recuperar el aliento, decidieron cual sería el siguiente juego: la yincana. Se trataba de un recorrido con múltiples zonas que ponían a prueba al poni de distintos modos, y en la cual se solían hacer carreras. Pero al tener una sola montura, decidieron repetir el sistema y probar una y después la otra midiendo los tiempos.

Empezó Carla nuevamente, dejando que el muchacho la tome sobre sus hombros y colocándose en la linea de salida. A la señal, el muchacho empezó a correr la primera etapa: una vuelta alrededor del circuito, poniendo a prueba su velocidad. Al final de la vuelta había una zona con agua que cubría hasta las rodillas del muchacho, que también debía cruzar corriendo. El agua dificultaba el mantener la velocidad, pero por suerte solo eran unos metros. Al final de esa zona, se encontraba la tercera etapa: unas barras por debajo de las cuales debía llevar a su amazona avanzando de rodillas con ella en sus hombros. Aquí trató de ir despacio para no lastimarse, pero ella le golpeó con los pies para hacerle acelerar, haciendo que cada movimiento lastimase ligeramente sus rodillas a pesar de la hierba. La cuarta etapa consistía en subir por unas escaleras a toda velocidad, y cada peldaño con el peso de su amazona le resultaba agotador. Su cuerpo estaba totalmente empapado y su respiración eran fuertes jadeos ya al llegar a la cima, donde esperaba la última etapa: bajar por la cuesta del lado opuesto a 4 patas. Se arrodilló y apoyó sus manos en el suelo mientras su amazona se deslizaba hacia atrás para estar más cómoda en esta etapa. La cuesta hacía que el peso de su ama recayese más en sus brazos que habitualmente, por lo que fue una dura prueba recorrerla antes de llegar a la meta. Cuando la cruzó, María exclamó:
— Siete minutos, 24 segundos. ¡No está mal para empezar!


Dieron al chico un par de minutos para retomar el aliento, mientras Carla le contaba a su amiga cómo había sido su experiencia por el circuito. Aún respiraba pesadamente cuando María le ordenó levantarla para empezar su turno. Ella sabía que con el poni cansado y su peso le sería difícil superar a su amiga, pero no iba a rendirse tan fácilmente. A la señal, el joven empezó a correr nuevamente por el circuito, mientras María no paraba de golpearlo con sus pies a modo de espuelas para hacerle correr más. Él lo intentaba, y en su esfuerzo hacía que ella botase sobre sus hombros cansándole más. La zona del agua fue mas o menos similar, pero las barras resultaron mucho más complicadas de esta vez. El chico sentía arder sus rodillas, pero María no le permitió reducir la velocidad ni un instante. En las escaleras se tambaleó en un par de ocasiones por el cansancio de subir el peso de ambos, y apenas era capaz de respirar. Entonces se dispuso a bajar la cuesta, para lo que se puso a cuatro patas. A los pocos pasos, el peso de la mujer fue demasiado y sus brazos cedieron un instante, haciéndole caer al suelo con ella encima. Ella empezó a golpear su trasero con sus manos, y él se levantó rápidamente y terminó la vuelta sin que ella dejase de golpearle.
— ¡Gané! ¡Tardaste 8 minutos justos!
— ¿Qué? De no haber sido por esa última caída habría ganado...
— Tu crees? Tu poni ya no podía más...
— Solo hay una forma de saberlo...
Ambas mujeres se miraron, y el chico todavía a cuatro patas las miró entre jadeos deseando que no dijesen lo que pensaba que iban a decir. Pero no tuvo esa suerte, y ambas mujeres dijeron a la vez:
— ¡Revancha!

miércoles, 16 de mayo de 2012

El gimnasio

Era media noche, y la mayoría de la gente ya dormía: mañana había que madrugar. Solo las luces de los trasnochadores, y algún coche rezagado, daban vida a la ciudad. Por la acera caminaban una chica y un chico. Ella era alta y de amplias curvas. Él, más delgado, llevaba una bolsa de deporte. Se detuvieron delante de una puerta, y la mujer sacó sus llaves y la abrió. Cerraron la puerta tras entrar, y un gimnasio vacío les recibió.
— Es una suerte que mi amiga sea la dueña del gimnasio y nos deje usarlo de noche, ¿verdad? Así puedo asegurarme de que te mantienes en forma todo el año.

Como en las anteriores ocasiones, él dejó la bolsa de deportes junto a la pared, y procedió a quitarse la ropa. A continuación hizo unos breves estiramientos bajo la atenta mirada de la mujer, y finalmente esperó sus órdenes.
— ¿Qué tal si hoy empiezas por correr un poco en la cinta? ¡Vamos!

Se dirigieron a la cinta, a la cual se subió el chico. La mujer entonces marcó la velocidad de trote ligero, y tomó asiento enfrente de la cinta, viendo cómo él empezaba a acelerar el paso mientras la cinta aceleraba hasta la velocidad indicada. A ella le encantaba verle correr así: el movimiento de su trasero desnudo, el sudor resbalando por su piel, su respiración agitada... Siempre aprovechaba estos momentos para hablar con él, no solo porque estaba muy relajada en su asiento, sino por hacerle hablar y que pierda el aliento antes.

Al cabo de un rato, cuando ya le vio bien cansado, se levantó, se acercó a él, y sonrió mientras observaba su rostro sudado. A continuación subió la velocidad un poco más, y le dejó corriendo todo lo rápido que podía mientras fue a tomar algo de la bolsa de deportes. Él supo de qué se trataba de inmediato, cuando lo sintió sobre su espalda: era la ya habitual fusta.
— Un poco más y ya pasamos a otro ejercicio. ¡Esas rodillas más arriba!

Esos últimos minutos se le eternizaron entre el agotamiento y el dolor de los latigazos en su trasero, hasta que al fin ella paró la cinta. Entonces le indicó qué sería lo siguiente.
— Ahora ponte a cuatro patas sobre la cinta.

Él obedeció, y a continuación ella se sentó sobre su lomo y se acomodó. Su trasero cubría una buena parte de su espalda, y sus fuertes muslos colgaban pesadamente a cada lado de él. Entonces pulsó los botones de la máquina nuevamente, y ésta se puso a avanzar lentamente, a un ritmo que él pudiese seguir mientras cargaba con su peso.

Para entretenerse, la mujer empezó observando el cuerpo que se esforzaba por llevarla. A cada paso sentía tensarse los músculos de un lado diferente de la espalda del chico, y observaba cómo movía su cadera a un lado y al otro. No desperdició la ocasión para usar de nuevo su látigo, que dejó unas marcas coloradas sobre sus glúteos.

Al cabo de unos minutos, la mujer se levantó, y el chico pensó que tendría un merecido descanso, pero pronto comprendió que no era el caso.  Lo que la mujer hizo fue encender una de las televisiones que había enfrente de las cintas, para tener entretenimiento mientras él continuaba, y volvió a sentarse sobre su lomo, ahora más cerca de su cuello, con las piernas colgando sobre sus hombros. De este modo, ella tenía una vista mejor de la pantalla, pero los brazos del chico necesitaban esforzarse más por sostenerla.
— ¿Estas muy cansado? —el sudor goteaba por su rostro— Esta serie ya está acabando: aguanta los 5 minutos que le quedan, hazlo por mi...

Esos minutos se le hicieron eternos, y cuando al fin acabó y ella se levantó y paró la cinta, sus muñecas y brazos estaban tan cansados que le costó levantarse. De inmediato ella le dijo:
— Te daré un rato de descanso, acuéstate en esa colchoneta. Te daré un pequeño premio...

Él obedeció, y a continuación ella se le acercó y empezó a desnudarse de pie justo a su lado, mientras él observaba desde el suelo. Era tan hermosa, sus curvas tan sexys, sus grandes pechos balanceándose con cada movimiento...
— ¿Te gusta lo que ves? Ahora quiero que me hagas sentir bien...

Con estas palabras, ella se puso sobre él, de cara a sus pies, e hincó una rodilla al lado de su cabeza, y a continuación la otra al otro lado, apoyando su sexo sobre el sudado rostro del chico. Él no dudó, y empezó a juguetear con su lengua de la forma que a ella le encantaba. Ella se relajó y disfrutó, sin preocuparse de que el chico aún jadeaba por el ejercicio y su trasero apenas le dejaba respirar: era su momento de disfrutar.

Al poco, tomó el miembro del chico con su mano y empezó a juguetear con él, progresando hasta masturbarlo según se iba sintiendo más excitada. Pero aún no había terminado la noche, y para conservar sus fuerzas, decidió no dejarle alcanzar el orgasmo, deteniéndose un rato cada vez que se acercaba peligrosamente. Ella, sin embargo, no tardó en alcanzarlo y inconscientemente apretó la cabeza del chico entre sus muslos, mientras se agitaba en una oleada de placer. Después se acostó al lado del chico a relajarse unos minutos.
— Qué delicia... Me iré a duchar antes de irnos, pero te dejaré trabajando un poco más, ¿si? Vamos.

En esta ocasión lo guió a la máquina de escaleras. Se trata de un aparato similar a la cinta andadora, pero con escaleras como las automáticas de los centros comerciales. Él se subió, y ella tomó de la bolsa de deportes unas esposas con las que prendió sus muñecas a la máquina, para que no pueda controlarla ni bajarse. A continuación la encendió a una velocidad media, y se fue a la ducha.

Como siempre sucedía, su ducha se alargó bastante, y mientras el chico se esforzó por mantener el agotador ritmo. Los minutos pasaban y pasaban, sus muslos empezaban a doler del esfuerzo, y le costaba respirar. Cuando la mujer volvió, vio su espalda totalmente empapada, y se quedó detrás de él observando el movimiento de sus brillantes nalgas durante un instante, sin resistirse a darles un cachete que otro. Al fin detuvo la máquina y lo liberó, como tanto ansiaba.
— Bien, vamos a casa. Vístete.

No les llevó mucho volver al edificio donde vivían, él todavía empapado bajo la ropa, cargando con la bolsa de deportes. Entraron en el portal y ella le dijo:
— Ahora súbeme por las escaleras.

La tomó a caballito, y sin soltar la bolsa empezó a subir. Sus muslos no podían más, pero tuvo que hacer un último esfuerzo por subir los 4 pisos que los separaban de su hogar. Al fin, entraron y la dejó en su habitación. Mientras ella se acostaba, él fue a tomar una ducha, y después, al fin, a descansar.

martes, 1 de mayo de 2012

Sesión invernal

La luna llena iluminaba el cielo en una noche despejada de invierno. Detrás del cristal de la ventana de una casa de madera, una mujer miraba cómo el suave viento mecía los pinos, mientras se abrochaba su negro abrigo de plumas, añadiendo una capa más a su vestuario para combatir el frío. Su respiración empañaba el cristal. Se dirigió a la puerta, la abrió, y una mujer pálida, de pelo largo y redondeada figura, salió del calor del recibidor, con botas altas negras y vaqueros. Ella era Amaya.

De su mano envuelta en un guante de cuero marrón, colgaba una correa negra de la cual tiraba según caminaba hacia el exterior. Al otro extremo de la misma había un collar, colocado en el cuello de un chico que la seguía caminando a 4 patas, desnudo.
— Por favor, discúlpeme, ama. No se volverá a repetir. Pero por favor, hace mucho frío...
— Deja de quejarte y vamos. Te has ganado el castigo, así que no te quejes.


Una vez estuvieron fuera los dos, Amaya cerró la puerta y observó al muchacho. Pelo corto negro, ojos oscuros mirándola buscando piedad, y su cuerpo tembloroso por el frío. Se acercó a él, deslizó una pierna al otro lado de su espalda, y se sentó sobre él, dejándolo sentir el frío tacto de su vaquero sobre su espalda.
— Vamos, hacia el molino.

El chico empezó a gatear llevando a la mujer en su lomo. La fría hierba helaba sus manos y piernas según avanzaba, y no podía cubrirse con los brazos ya que estaban ocupados aguantando el peso de su amazona. Trató de acelerar todo lo que pudo, en parte por acortar el camino, en parte por entrar en calor con el ejercicio, y en pocos minutos llegaron al viejo molino, una construcción de piedra que antaño se usaba para moler el grano con la ayuda del agua, pero hoy en día se hallaba en abandono. Al llegar, se detuvo. Su respiración acelerada era claramente visible en forma de vapor.
— Vaya, hoy sí te das prisa, ¿eh?

La mujer se levantó y el joven tuvo un escalofrío al alcanzar el aire frío la parte de su espalda que se había mantenido caliente por el contacto con el trasero y muslos de su ama. Entonces Amaya le mandó levantarse y poner las manos contra la pared del molino, con las piernas separadas, y empezó a deslizar sus gélidos guantes de cuero por su piel. Partiendo de la espalda y costados, fue bajando por un muslo y subiendo a continuación por el otro. El chico no pudo evitar un gemido al sentir su fría caricia en su sexo. La mujer sonrió y le dio una fuerte palmada en el trasero.
— ¿A que echas de menos el calor de mi trasero sobre ti? Pídeme que te monte de nuevo, si tanto lo deseas...
— Por favor, ama... concédame ser su montura de nuevo.
— Así es como debes comportarte. Muy bien, ponte a cuatro patas otra vez.

Una vez lo hizo, Amaya se sentó de nuevo sobre él. El vaquero había enfriado de nuevo en este rato, pero la fría sensación inicial pronto se convirtió en la calidez del contacto de su ama.
— Demuéstrame que te mereces ser mi poni. Quiero ver cuantas flexiones puedes hacer así. Puedes apoyar las rodillas, pero tu cara debe llegar hasta la hierba para que cuenten. ¡Empieza!

El chico obedeció y empezó a hacerlas, contándolas en alto a petición de su ama. Las primeras le resultaron relativamente sencillas, pero pronto al temblor por el frío se sumó el temblor del cansancio de sus brazos. Al llegar a 30, apenas era capaz de subir.
— Las 5 últimas no han contado, no has bajado suficiente... Repítelas. Tienes que llegar a 50.

Esas palabras lo desesperaron aún más, y aunque continuó su esfuerzo hasta agotar sus fuerzas, no logró pasar de 43 antes de dejarse caer contra el suelo.
— ¡No te he mandado parar! ¡Continua!
— No puedo, ama...
— Tu lo has querido.
Diciendo esto, visiblemente molesta, se levantó y dio unas cuantas palmadas en el desnudo trasero del chico, el cual se enrojeció rápidamente.
— Levántame a hombros —dijo con voz seca.
El chico, asustado, así hizo.
— Ahora llévame a la parte de atrás del molino.

Tras el molino había un riachuelo del cual se tomaba el agua para moverlo cuando funcionaba. Tendría aproximadamente dos metros de ancho, y 40 centímetros de profundidad. El cauce era pedregoso y estaba rodeado de pequeñas hierbas.
— Métete en el agua. ¡Ahora!


A pesar de que estaba helada, y sentía que le cortaba las piernas, no rechistó porque sabía que sino su ama se enfadaría más. Ella, mientras, sentía temblar los hombros sobre los cuales descansaba sentada.
— Haz 10 sentadillas. Quiero que el agua llegue a tu trasero.

El chico no pudo evitar un gemido de terror al escuchar esto, pero se dispuso a hacerlo. Bajó y el agua helada fue alcanzando sus muslos, y finalmente su trasero, mojando también su sexo. Se levantó rápidamente jadeando del frío, y ella le indicó con un pequeño apretón con sus piernas que continuase. Hizo la segunda, la tercera... cada vez más frío, y sin sentir ya sus pies... hasta que finalmente llegó a la última, con la cual soltó un suspiro de alivió.
— Bien... ahora volvamos a casa. ¡Corre!

El joven galopó lo mejor que sus heladas piernas le permitieron hasta llegar de nuevo a la casa. Entonces la mujer desmontó, se apoyó contra la puerta, y antes de abrirla dijo:
— La próxima vez que desobedezcas una orden, dormirás fuera desnudo. Pero por hoy ha sido suficiente.

En cuanto entraron, el calor del interior lo devolvió a la vida, y poco a poco fue entrando en calor. Había aprendido la lección.

viernes, 27 de abril de 2012

Amigas del rancho

El joven estaba, una vez más, navegando por foros y comunidades ponyplay, una de sus aficiones secretas, buscando gente afín con la que charlar y, quizá, experimentar. En esta ocasión, estaba leyendo sobre los eventos un pequeño rancho de ponis humanos que había no muy lejos de su ciudad, al cual nunca se atrevió a ir por no conocer a nadie de los que lo frecuentaban.

Entre las personas que habían firmado en un evento, vio un comentario que le llamó la atención:
La carrera estuvo genial!!! Ahhh, tengo que buscarme un poni ya!!!
— Carla
La curiosidad le llevó a pulsar sobre el enlace de su nombre, y leer su perfil público. En la foto vió una chica de 25 años, morena, voluptuosa, de turgentes pechos y fuertes piernas. Al leer los detalles, pudo comprobar que ella había asistido de público a múltiples eventos, y que estaba interesada en participar en un futuro.
— ¿Por qué no? —se preguntó, mientras miraba el botón de enviar mensaje privado.

Y así empezó todo. Una larga sucesión de eventos que acabó llevándolo a estar hoy en el rancho, esperando por Carla para la primera sesión de ambos.

A los pocos minutos llegó otro coche y de él salieron dos damas. Una de ellas, la más morena, llevaba un vaquero corto, botas, y una camiseta gris. Se trataba de Carla. La otra, algo más joven, de tez pálida y cabello rubio, un poco más baja y rellenita, con un vestido verde, era María, una amiga de Carla algo tímida que le había presentado anteriormente, y que venía de público como habían acordado, ya que sentía curiosidad por este tema pero le daba vergüenza asistir cuando había más gente. Pero hoy el recinto estaba reservado para ellos tres.

Tras una charla, las mujeres fueron a sentarse en el muro que rodeaba el circuito, mientras el chico fue a cambiarse y traer uno de los rickshaws aparcados en el cobertizo. Volvió vestido como Carla le había pedido: únicamente un boxer negro, y calzado deportivo, mientras remolcaba el vehículo.

María sonrió ligeramente al verlo así, y él miró hacia el suelo algo avergonzado. Entonces Carla se levantó, se acercó, y le puso unas muñequeras en ambos brazos, enganchándolas a continuación a las barras de las que tiraba para mover el carro. A continuación le colocó el bocado, y enganchó al mismo las riendas. Tomó el otro extremo de éstas en sus manos, y se sentó en el banco de madera en la parte de atrás del carro.
— Estás listo?
— Si
— Entonces... ¡Arre!
Acompañó su orden con una sacudida de las riendas, y empezaron a avanzar al trote.

El carro era un modelo deportivo, especial para las carreras, por lo que no tenía tejado ni decoración excesiva, y el asiento de la jinete está situado sobre las ruedas, de forma que la mayor parte del peso no recae sobre los brazos del poni. También era ligeramente más ancho para darle mayor estabilidad al tomar giros.

El joven continuó trotando, dando vueltas al circuito, mientras Carla sonreía feliz de poder cumplir su sueño. A cada vuelta, aprovechaba para saludar a María, que les miraba con atención desde la pared. Pronto la amazona fue tomando confianza, y empezó a exigir más al chico
— ¡Más rápido!

El chico aceleró hasta donde pudo, y pronto su respiración se convirtió en jadeos y su cara se cubrió de sudor. Carla estaba disfrutando la sensación, la velocidad, el poder que le hacía sentir, en su asiento. Sabía que su poni no podría aguantar ese ritmo mucho tiempo, pero no quería que se terminase todavía. Él lo sabía, y hizo un esfuerzo por continuar, pero a las pocas vueltas su cuerpo entero estaba bañado en sudor y empezó a perder velocidad.
— Sooo... Las siguientes vueltas puedes darlas caminando. Recupera el aliento, y haremos un descanso.

Así hizo, y tras dos vueltas caminando, su respiración se empezó a calmar, y se detuvieron junto a María. Carla le habló a su amiga.
— ¿Qué te ha parecido esta primera ronda?
— Me ha gustado mucho. Pero ¿no eres muy dura con el muchacho?
— Me dejé llevar un poco por la emoción, pero... al fin y al cabo, a él también le encanta esto... ¿Verdad?
Él afirmó con la cabeza, ya que el bocado le impedía hablar.
— No te gustaría probar? —preguntó Carla a su amiga.
María se sonrojó.
— No se...
— Anda, ¡no seas tímida! ¡Ven!

Carla se bajó del carro y animó a su amiga hasta que por fin aceptó. La ayudó a subir al carro, le cedió las riendas, y le dio las indicaciones básicas. A continuación se alejó a sentarse al muro, donde antes observaba la otra mujer.
— Ehm... ¿Arre? —dijo tímidamente María, dando una pequeña sacudida a las riendas.

Entonces el chico volvió a avanzar, trotando a poca velocidad. Al momento del arranque, María se sujetó al asiento, pero al poco fue perdiendo el miedo y relajándose. Era más pesada que Carla, y el joven notaba que tenía que tirar con más fuerza para avanzar. O tal vez era el cansancio del rato anterior. Pero aún así había descansado un poco y podía continuar a ese ritmo sin demasiado problema.

A las pocas vueltas, Carla le gritó desde su asiento:
— ¡Prueba a galopar un poco! ¡Es lo mejor!
María dudó un instante, pero decidió hacerle caso. Le dio la orden al poni, y éste volvió a galopar. Aunque preocupada por su montura, la chica disfrutó la sensación, el poder, el aire en su cara...

Apenas iba a terminar la segunda vuelta de galope, pero el joven empezaba a jadear y sudar de nuevo. Ésto preocupó a María, que no quería hacerle esforzarse, por lo que le ordenó detenerse al llegar junto a su amiga.
— ¿No te gustó? —dijo Carla.
— Si, pero no quiero abusar de él...
— Pero apenas estabas empezando.
Él aprovechó mientras hablaban para descansar brevemente de nuevo.
— Deja que te enseñe.
María iba a bajarse para dejarle el puesto a su amiga, pero ésta la detuvo.
— Espera, demos una vuelta juntas.
— ¡Pobre! ¡Pero lo agotarás!
— Solo será un momento, no pasa nada. ¿Verdad, poni?
El joven asintió dudoso.

En un instante ambas mujeres estaban sentadas sobre el carro, con Carla llevando las riendas. Ordenó al poni comenzar el trote de nuevo, y éste se dispuso a cumplirla. El peso del carro era mucho mayor de esta vez, y le costó un poco ponerlo en marcha, pero pronto estaba trotando de nuevo. Detrás las dos chicas hablaban sobre la experiencia.

Al ir hablando el tiempo se les pasaba más rápido, y continuaron avanzando al trote por el circuito durante bastante rato, mientras el chico se esforzaba por continuar.
— Me pregunto si podrá galopar con las dos. ¡Arre!
Carla tiró de las riendas, y el joven aceleró todo lo que pudo, teniendo en cuenta la resistencia que el peso del carro ejercía. María seguía algo preocupada, pero la determinación de su amiga la convenció, y finalmente se relajó junto a Carla. Ambas se reían por la escena, y volvieron a la charla por un par de vueltas, que se le hicieron eternas al joven. Finalmente no fue capaz de mantener el paso, y empezó a reducir rápidamente. Al darse cuenta las chicas, le mandaron parar y desmontaron.
Pobrecillo, nos distrajimos al ir hablando, y de esta vez si abusamos mucho... mira qué sudado está... —se lamentó María.
— Démosle un descanso...

Carla le liberó del bocado y de las muñequeras, y él apoyó el carro, y acompañó a las chicas a sentarse, ellas en el muro, y él en el suelo delante de ellas. Los tres hablaron sobre la experiencia durante un largo rato. Para Carla había sido como esperaba, y María se había convencido de probar en más ocasiones, y dejar de preocuparse tanto. El chico, por su parte, les contó que le había encantado sentirse bajo su poder, y la sensación de entrega al usar todas sus fuerzas para cumplir las órdenes.

En un momento de la charla, con el ambiente distendido y relajado, María dijo:
— La verdad es que me gustaría probar alguna vez a montar a hombros...
Carla la miró y sonrió, y a continuación miró para el chico y dijo:
— Anda, danos una última vuelta y cúmpleselo... Y te ganarás un premio.
Él estaba ya algo descansado, y decidió aceptar. Carla, entonces, continuó:
— Genial, pues... este es tu premio...
Y con esas palabras se quitó la camiseta, y a continuación el pantalón, quedando cubierta por su ropa interior negra brillante, estilo latex. El joven no podía quitar los ojos de encima de su hermoso cuerpo. Sus curvas, su cadera, esos hermosos pechos y muslos...
— María, no seas injusta, tu eres la que quieres cabalgar en sus hombros... ¿No le regalarás un poco la vista al menos?
María se sonrojó, pero Carla fue a junto de ella y le insistió hasta que aceptó. Se levantó, y de espaldas a él se quitó el vestido, quedando en su ropa interior rosa. Se giró cubriéndose con los brazos, pero esto no impidió al joven ver su hermoso cuerpo. Aunque estaba rellenita, sus curvas eran muy sexys, y piel se veía tan suave y blanca...

Después, el joven se arrodilló para permitir a María subir sobre sus hombros, ayudada por Carla. Sus muslos rodeaban el cuello del chico, y el peso le dificultó levantarse, necesitando sostener las manos de Carla para no perder el equilibrio inicialmente. Una vez de pie, Carla le dijo:
— Seguro que te encanta sentir su piel así... verdad? Pero debes ganarte el premio que te hemos dado. Quiero que también me lleves a mi en el carro a la vez. De esta vez sin riendas ni demás, pero hazlo bien por mi... si?
— Me encantará hacerlo, si —le respondió él.

Entonces Carla le acercó las barras del carro y una vez él las tomó, se sentó de nuevo como en las anteriores ocasiones. Entonces el chico empezó a caminar, lentamente. María se sujetaba apretando su montura con fuerza entre sus muslos, y apoyando sus manos en su cabeza. Para el chico suponía un gran esfuerzo cargar con ella, y más aún teniendo que tirar del carro, pero le encantaba intentarlo, y la excitación por su premio le ayudó.

— ¡Al trote! ¡Un último esfuerzo! —le pidió Carla desde su asiento al joven.
Éste aceleró el paso como se le indicó, y continuó así un rato, para diversión de ambas chicas. Finalmente, a las pocas vueltas, se detuvo ya que sus piernas flaqueaban de cansancio y no podía continuar. Las chicas desmontaron, y le agradecieron su esfuerzo.
— Has sido un buen poni. Espero que te haya gustado tanto como a nosotras... porque me parece que querremos repetir juntas más veces.

Y el chico sonrió ilusionado.

lunes, 23 de abril de 2012

La playa

El joven dormía plácidamente en su cama, desnudo, con la brisa marina entrando por la ventana, apenas refrescando la cálida noche de verano, tras un largo día haciendo las tareas domésticas, cuando un zumbido le despertó. Se incorporó y vio la hora: las 4 de la mañana... ¿Por qué lo habría despertado su ama a esa hora?

- Por qué has tardado tanto?
- Lo siento, Ama. Vine tan pronto escuché su llamada.
- No consigo dormir. Vamos a dar un paseo. Coge el látigo y el collar.

Ella se incorporó, luciendo su camisón, y cuando se puso en pié, él ya había regresado con los objetos indicados. Le puso el collar, y guiándolo con la correa, salieron por la puerta de atrás. Enfrente les esperaba una hermosa playa, extendiéndose en ambas direcciones, y iluminada por la luna llena.

Aunque la casa quedaba bastante alejada de la ciudad, y se tenían que recorrer varios kilómetros por un camino de tierra para llegar a ella, esta playa hacía valer la pena la inversión. Seguro que en unos años la zona se llenaría de otras casas o hoteles, por ahora estaba prácticamente desierta, y más a estas horas.

Al llegar al umbral de la arena, ella le dijo:
- Arrodíllate.
Una vez lo hizo, ella prosiguió:
- No quiero llenar mis pies de arena y tener que limpiarlos al volver, así que me llevarás sobre tus hombros.

Mientras terminaba la frase, se acercó a él, y sosteniéndose de su cabeza, pasó una pierna sobre su hombro, y se sentó, quedando a horcajadas de su cuello.
- Arriba!

El chico lo intentó, y tras tambalearse bajo su voluptuosa ama, finalmente logró alzarla apoyando sus manos en sus rodillas. Entonces ella le dio un ligero apretón en sus costados con sus piernas para indicarle que avance, mientras se sostenía de la correa, y él sujetaba los gruesos muslos de ella con sus brazos.

La tenue brisa creaba un leve murmullo del mar contra la arena, mientras avanzaban por la orilla. Ella observaba las estrellas y la luna, relajándose y olvidando sus preocupaciones, mientras él solo se preocupaba de mantener el equilibrio y seguir caminando. Avanzaron un largo rato, hasta que ella rompió el silencio:
- Ya se! Quiero ir al faro!

A unos dos kilómetros había un brazo de rocas adentrándose en el mar, con un faro que alertaba a los barcos del peligro. Al lado estaban las ruinas de la antigua casa del farero, abandonada hace años desde que el faro fue modernizado y pasó a ser controlado de forma automática.

- No quiero pasar toda la noche aquí! Date prisa!
De un latigazo en su espalda le instó a acelerar el paso. Continuó el camino trotando, y su respiración se fue volviendo más pesada hasta convertirse en jadeo a los pocos minutos. Cuando iban por la mitad del camino, su cuerpo brillaba con el sudor, mientras ella balanceaba sus pies adelante y atrás, divirtiéndose y distrayéndose.

Cuando llegaron, el joven apenas podía continuar, y la mujer le mandó parar y caminar hasta el pie del faro, por un camino de madera en el centro de las rocas. Entonces le mandó arrodillarse, se bajó, y se sentó en el muro de cemento que protegía al faro del oleaje.
- El paseo ha sido bastante... estimulante... Ahora quiero que hagas algo para mi...

Aún arrodillado y recuperando el aliento, el chico la miró preguntándose qué debía hacer. Ella puso sus pies en sus hombros, y tiró de él hacia si, acercándolo y dejando su cabeza entre sus muslos. Entonces tuvo claras sus órdenes, y empezó a practicar sexo oral a su ama.
- Me excita mucho cabalgar en tus hombros y sentir tu cuello acariciar mi sexo a cada paso... Esta es tu recompensa. Hazme gozar...

Su lengua se abrió paso entre los labios de la mujer, y subió hasta su clítoris. Ella se estremeció, y él continuó su tarea, aún con dificultades para respirar. Su aliento ayudaba a excitar a su ama, la cual empezó a golpearle con el látigo en la espalda.
- Más rápido... más arriba... a un lado... ahí... sigue....
Pasaron los minutos, y la respiración de la chica se hizo más rápida y, finalmente, apretando fuerte la cabeza del chico gimió al alcanzar un maravilloso orgasmo.

Tras calmarse unos instantes, la mujer le dijo:
- Qué delicia... Si te sigues portando así de bien, tal vez te deje tener un orgasmo a ti al llegar a casa... Ahora súbeme y llévame de vuelta, ¡rápido!
Él se giró, y rodeando sus muslos la levantó con gran esfuerzo. Podía sentir aún la humedad del sexo de su ama contra su cuello. Obedeciendo sus órdenes, trotó en dirección a casa.

El cansancio de la ida aún no se había desvanecido, y los 10 o 15 minutos de vuelta fueron un reto para sus fuerzas. Además, cada vez que bajaba el ritmo su ama le daba un fuerte latigazo, acompañado de un poco de abuso verbal.
- Estás muy cansado? Ya no puedes más? Pues esfuérzate para mi. Vamos! Más rápido! No quiero un poni lento!

Cuando llegaron, el chico ya no podía más: estaba totalmente empapado en sudor y le costaba respirar. Ella le mandó arrodillar y le dejó descansar un minuto sin levantarse.
- Llévame a mi habitación. Así, de rodillas.

Continuó sobre sus hombros mientras él avanzaba sobre sus rodillas por el pasillo y las escaleras hasta llegar a su habitación.
- Hoy te has portado muy bien y, como te prometí, te dejaré tener un orgasmo. Sé que llevas todos estos días esperándolo... Pero tendrá que ser a mi manera...

Levantándose de sus hombros, tomó algo de un mueble. Se trataba de un masturbador para hombre, un juguete sexual con una abertura similar al sexo femenino. Lo colocó en el centro de la cama, y le ordenó ponerse en posición. Él se puso sobre el dispositivo, en una postura similar al misionero, e introdujo su sexo en su interior.
- Espera, no va a ser tan fácil...

Diciendo esto, se subió a la cama y se sentó sobre su lomo, cerca de los hombros, viendo hacia su trasero.
- Tendrás que hacerlo conmigo sobre tu lomo. Espero que no te canses y tengas que quedarte con las ganas...

A pesar de su cansancio, empezó a mover la cadera adelante y atrás, guiado por el deseo sexual acumulado los días anteriores. Sus brazos hacían un esfuerzo por sostener el peso de su ama, que con el látigo, que aún no había dejado, golpeaba sus nalgas ocasionalmente.
- Vamos! Date prisa! Por qué tiemblan tus brazos así?

A los pocos minutos, la respiración del chico se aceleró y apretó la cama con fuerza, en su tan ansiado orgasmo. Sus fuerzas se desvanecieron en el relax tras el clímax, pero su ama le ordenó entonces:
- Ahora levántate y arregla mi cama. Has arrugado las sábanas!

Ella se giró quedando viendo hacia adelante, y él se puso en pie con gran esfuerzo, agotado por el orgasmo de hacía unos segundos, con ella en sus hombros. Hizo la cama como se le había ordenado, y se arrodilló para que ella se baje.
- Uf! Ya son las 6... Querré dormir hasta tarde, así que no hagas ruido al hacer la limpieza. Buenas noches!

Y con estas palabras se acostó, y él volvió a su habitación, agotado. Se acostó también, y trató de descansar las 2 horas que le quedaban antes de tener que volver a sus tareas.

miércoles, 18 de abril de 2012

En el campo

El sol de verano empezaba a asomarse cuando llegó al lugar. Abrió el portal, y lo cerró desde dentro. Avanzó por el camino hasta la puerta de la casa. Llamó y ella le abrió, aún en pijama. Él, como en cada ocasión, se desnudó y se puso a cuatro patas a su lado. Ella se sentó en su lomo, y le ordenó:
—A mi habitación.

Era una casa bastante amplia, de dos plantas, y su siglo de antigüedad se reflejaba en la madera del suelo y la piedra de las paredes. Subió pesadamente las escaleras bajo el peso de su ama, avanzó por los pasillos, y llegó a donde le había sido ordenado. Ella se levantó, tomó un antifaz de la mesa, y lo usó para cubrir los ojos de su montura. Él no supo qué estaba haciendo, pero pudo escuchar abrirse el armario, arrastrar algo sobre la madera del suelo, y luego su ama le tomó una muñeca, la apoyó sobre una barra de madera, y la esposó. Lo mismo con la otra muñeca, y luego fue el turno de sus rodillas: estaba atándolo a un balancín.
A continuación se sentó de nuevo sobre él, y pudo notar el suave y cálido tacto de su piel: estaba desnuda.
—Te encanta sentir mi piel así, verdad? Pues... hoy tendrás un premio...
No tardó en notar un cable pasar por su espalda, y pronto supo de qué se trataba al escuchar un pequeño zumbido. Era un vibrador.

Los siguientes minutos los pasó siendo balanceado atrás y adelante acompañando los movimientos pélvicos de su amazona. La respiración de la mujer se fue acelerando, acompañada de pequeños gemidos, cada vez más frecuentes. Su dulce aroma le hacía perder la cabeza. Finalmente, ella apretó con fuerza sus muslos contra él, y sus dedos se clavaron sobre sus hombros en un intenso orgasmo.

Los brazos del chico estaban cansados y agradecieron cuando ella se levantó tras relajarse un rato. Pudo escucharla vestirse, y luego le destapó los ojos, relevando sus bellas piernas ante él: lucía un vaquero muy corto y una camisa blanca. Le liberó del balancín, y caminó por el pasillo hacia la puerta de casa, con él gateando a su lado.
—Hoy daremos una vuelta por el campo...

La casa tenía una gran finca que se extendía por su lateral y parte de atrás, con unos árboles cerrándola al exterior. Unido a la calma del lugar, una zona rural en las afueras, les garantizaba cierta privacidad.

Salieron de casa, él desnudo y ella con su look de cowgirl, hacia un pequeño cobertizo. En su interior había una especie de pequeño carro que ya le resultaba conocido: se trataba de su rickshaw.
Tras un instante estaba amarrado a las barras del carro y listo para tirar de él. Entonces ella se subió y se sentó cómodamente sobre el acolchado asiento rojo. Tomó un látigo que estaba sujeto a un lado del asiento, y con una orden empezaron a avanzar.

—Lo que más me gusta de mi casa de verano es esta finca... Poder pasear, o tan solo acostarme y sentir la suave brisa... No hay forma mejor de desconectar del mundo. 
Mientras ella le hablaba, él caminaba tirando del carro, dando vueltas alrededor de la finca. Tendría el tamaño de un campo de fútbol, y en el centro habría unos cuantos frutales y una pequeña piscina circular.

Al cabo de un rato, le ordenó:
—Ya llega de vaguear. ¡Al trote! ¡Arre!
Ya hacía algo de calor, pero ella se cubría del sol bajo la lona de su carro, sintiendo el aire en su rostro al avanzar. Él, sin embargo, no tenía esa suerte, y su espalda brillaba al sol con el sudor, y pronto empezó a jadear. Pero en cuanto redujo el ritmo, sintió el látigo sobre su espalda
—¡No te he mandado parar!
Así continuó lo que le pareció una eternidad, con el chasquido del látigo cayendo sobre él cada vez que disminuía su velocidad. Al fin, su ama dijo:
—Está bien, puedes parar de trotar, y caminar un rato...

Tras un rato logró calmar su respiración, y entonces la mujer le mandó parar en el cobertizo, se bajó, y lo liberó del carro. Su espalda aún tenía las marcas de cada latigazo, y sus piernas estaban agotadas.
—Me encantan estos paseos... Ahora me daré un baño en la piscina. ¿Por qué no vas a prepararme la comida? ¡Aún tenemos toda la tarde para nosotros!

martes, 17 de abril de 2012

Primera visita

Él llevaba tiempo soñando este momento. Tras mucho tiempo conociéndose y planeándolo, hoy era el momento. Llegó a la dirección que ella le había indicado, media hora antes del momento acordado, y esperó pacientemente. Pasaban cinco minutos de la hora cuando la puerta se abrió, revelando a una mujer de unos 30 años, de piel pálida y pelo castaño. Sus vaqueros marcaban perfectamente sus fuertes muslos y su redondeado trasero. Su jersey de lana, a pesar de ser flojo, no ocultaba la silueta de sus grandes pechos. Era hermosa, sin duda.

Tras dejarle pasar, la mujer cerró la puerta, y sin más preámbulos le ordenó:
—Desnúdate y deja la ropa al lado de la puerta.
Bajo su atenta mirada, obedeció, procediendo a quitarse prenda tras prenda y dejarlas dobladas junto a la puerta. A los notables nervios se unió la sensación de indefensión por estar desnudo ante una dama vestida. Entonces ella lo guió hasta un amplio salón con moqueta, cuyo único mobiliario era un pequeño sofá contra una pared, y un mueble bar con una televisión en el lado opuesto.

La mujer se sentó en el sofá, sin quitarle los ojos de encima, y le dijo:
—Sírveme una copa y arrodíllate ante mí.
Él tomó la botella que estaba junto a la pantalla, una copa, la sirvió, y procedió a arrodillarse junto a ella ofreciéndole la copa. Ella la tomó, y mientras la disfrutaba le habló:
—Esta primera sesión te pondré a prueba para ver si sabes respetar mis reglas y cumplir mis expectativas. Si lo haces, tu recompensa será una nueva sesión, mientras que si no, te echaré a patadas de mi casa, sin devolverte la ropa. Se que estás nervioso por ser tu primera experiencia en este mundillo, pero también se cuánto lo deseas. Aceptas mis condiciones?
—Si, ama —dijo con voz temblorosa.
—Entonces serás mi pony esclavo, como deseabas. Ponte a 4 patas, ¡ahora!
Él obedeció de inmediato.

La mujer dejó su copa mediada apoyada en el suelo al lado del sofá, y dio una vuelta alrededor de él, observándolo. Su piel era morena, y su cuerpo parecía robusto. Eso le gustó. Decidió no alargar más su espera, y se sentó al centro de su espalda, con las piernas colgando a cada lado. Él pudo sentir, por primera vez, su peso hundiendo su espalda y cansando sus  brazos. No era una mujer delgada: él estimó que pesaría unos 80kg. Ella se tomó unos instantes para acomodarse, dobló sus piernas apretándolo entre sus deliciosos muslos, y procedió a indicarle:
—Quiero que des vueltas alrededor de la habitación. ¡Arre!
Empezó a gatear cuidadosamente para evitar hacer perder el equilibro a su amazona.
—Vas demasiado lento. ¡Más rápido!
Aceleró el paso, y comprobó que ella no se caería fácilmente: no solo sus fuertes muslos la sujetaban apretándole, sino que sus manos apretaban también sus hombros dándole mejor estabilidad.

Pronto se dio cuenta de que no era tan fácil como había imaginado, y su agitada respiración indicaba el cansancio que le provocaba el esfuerzo por levantar cada mano, cada rodilla, bajo el peso de su amazona. Pero no podía descansar, ella no se lo consentiría. Apenas habrían pasado unos 5 minutos, pero le parecía una eternidad...
—Soo! Detente en el centro de la sala.
Ya parados, ella se tomó un instante para escucharle jadear y disfrutar su cansancio, lo que le sirvió de pequeño respiro a su pony.

Tras un minuto, se sentó más adelante, casi sobre sus hombros, sobre los que colgó sus muslos. Esto le permitió a él contemplarlos, sentirlos más de cerca, bajo la tela de su pantalón. Pero también hizo que todo el peso recayese sobre sus brazos.
—Da unas vueltas despacio ahora.
En esta ocasión, aunque podía respirar más tranquilamente al no tener que acelerar tanto, sus brazos tuvieron que realizar un esfuerzo mayor, y a la tercera vuelta ya empezaban a temblar.
—Ve a junto mi copa y dámela.
Así hizo, y haciendo un esfuerzo por sostenerla apoyado en un solo brazo, usó su otra mano para tomar la copa y alzarla hacia su amazona. Ésta, tomándola, dijo:
—Ahora quiero que te pongas de frente a la pared, y pegues tu cabeza a ella.
Una vez lo hizo, ella se giró, quedando viendo hacia su trasero, estirando sus piernas a lo largo de la espalda de su montura. Lo estaba utilizando de silla mientras se terminaba su copa, lo cual hizo lentamente disfrutando cada instante.
—Me encanta saber cuánto te está costando sostenerme así, y lo cansados que están tus brazos... Pero si quieres ser mi pony, deberás entrenar duro: para la próxima sesión no seré tan suave...
Finalmente se levantó de su lomo, y él respiró aliviado. Sus brazos ya no podían más. Ella le indicó que había pasado la prueba, y que volviese en una semana.

Los siguientes días, el dolor de sus músculos le recordaba constantemente que la siguiente sesión sería más dura. Y él estaba deseándolo.