martes, 1 de mayo de 2012

Sesión invernal

La luna llena iluminaba el cielo en una noche despejada de invierno. Detrás del cristal de la ventana de una casa de madera, una mujer miraba cómo el suave viento mecía los pinos, mientras se abrochaba su negro abrigo de plumas, añadiendo una capa más a su vestuario para combatir el frío. Su respiración empañaba el cristal. Se dirigió a la puerta, la abrió, y una mujer pálida, de pelo largo y redondeada figura, salió del calor del recibidor, con botas altas negras y vaqueros. Ella era Amaya.

De su mano envuelta en un guante de cuero marrón, colgaba una correa negra de la cual tiraba según caminaba hacia el exterior. Al otro extremo de la misma había un collar, colocado en el cuello de un chico que la seguía caminando a 4 patas, desnudo.
— Por favor, discúlpeme, ama. No se volverá a repetir. Pero por favor, hace mucho frío...
— Deja de quejarte y vamos. Te has ganado el castigo, así que no te quejes.


Una vez estuvieron fuera los dos, Amaya cerró la puerta y observó al muchacho. Pelo corto negro, ojos oscuros mirándola buscando piedad, y su cuerpo tembloroso por el frío. Se acercó a él, deslizó una pierna al otro lado de su espalda, y se sentó sobre él, dejándolo sentir el frío tacto de su vaquero sobre su espalda.
— Vamos, hacia el molino.

El chico empezó a gatear llevando a la mujer en su lomo. La fría hierba helaba sus manos y piernas según avanzaba, y no podía cubrirse con los brazos ya que estaban ocupados aguantando el peso de su amazona. Trató de acelerar todo lo que pudo, en parte por acortar el camino, en parte por entrar en calor con el ejercicio, y en pocos minutos llegaron al viejo molino, una construcción de piedra que antaño se usaba para moler el grano con la ayuda del agua, pero hoy en día se hallaba en abandono. Al llegar, se detuvo. Su respiración acelerada era claramente visible en forma de vapor.
— Vaya, hoy sí te das prisa, ¿eh?

La mujer se levantó y el joven tuvo un escalofrío al alcanzar el aire frío la parte de su espalda que se había mantenido caliente por el contacto con el trasero y muslos de su ama. Entonces Amaya le mandó levantarse y poner las manos contra la pared del molino, con las piernas separadas, y empezó a deslizar sus gélidos guantes de cuero por su piel. Partiendo de la espalda y costados, fue bajando por un muslo y subiendo a continuación por el otro. El chico no pudo evitar un gemido al sentir su fría caricia en su sexo. La mujer sonrió y le dio una fuerte palmada en el trasero.
— ¿A que echas de menos el calor de mi trasero sobre ti? Pídeme que te monte de nuevo, si tanto lo deseas...
— Por favor, ama... concédame ser su montura de nuevo.
— Así es como debes comportarte. Muy bien, ponte a cuatro patas otra vez.

Una vez lo hizo, Amaya se sentó de nuevo sobre él. El vaquero había enfriado de nuevo en este rato, pero la fría sensación inicial pronto se convirtió en la calidez del contacto de su ama.
— Demuéstrame que te mereces ser mi poni. Quiero ver cuantas flexiones puedes hacer así. Puedes apoyar las rodillas, pero tu cara debe llegar hasta la hierba para que cuenten. ¡Empieza!

El chico obedeció y empezó a hacerlas, contándolas en alto a petición de su ama. Las primeras le resultaron relativamente sencillas, pero pronto al temblor por el frío se sumó el temblor del cansancio de sus brazos. Al llegar a 30, apenas era capaz de subir.
— Las 5 últimas no han contado, no has bajado suficiente... Repítelas. Tienes que llegar a 50.

Esas palabras lo desesperaron aún más, y aunque continuó su esfuerzo hasta agotar sus fuerzas, no logró pasar de 43 antes de dejarse caer contra el suelo.
— ¡No te he mandado parar! ¡Continua!
— No puedo, ama...
— Tu lo has querido.
Diciendo esto, visiblemente molesta, se levantó y dio unas cuantas palmadas en el desnudo trasero del chico, el cual se enrojeció rápidamente.
— Levántame a hombros —dijo con voz seca.
El chico, asustado, así hizo.
— Ahora llévame a la parte de atrás del molino.

Tras el molino había un riachuelo del cual se tomaba el agua para moverlo cuando funcionaba. Tendría aproximadamente dos metros de ancho, y 40 centímetros de profundidad. El cauce era pedregoso y estaba rodeado de pequeñas hierbas.
— Métete en el agua. ¡Ahora!


A pesar de que estaba helada, y sentía que le cortaba las piernas, no rechistó porque sabía que sino su ama se enfadaría más. Ella, mientras, sentía temblar los hombros sobre los cuales descansaba sentada.
— Haz 10 sentadillas. Quiero que el agua llegue a tu trasero.

El chico no pudo evitar un gemido de terror al escuchar esto, pero se dispuso a hacerlo. Bajó y el agua helada fue alcanzando sus muslos, y finalmente su trasero, mojando también su sexo. Se levantó rápidamente jadeando del frío, y ella le indicó con un pequeño apretón con sus piernas que continuase. Hizo la segunda, la tercera... cada vez más frío, y sin sentir ya sus pies... hasta que finalmente llegó a la última, con la cual soltó un suspiro de alivió.
— Bien... ahora volvamos a casa. ¡Corre!

El joven galopó lo mejor que sus heladas piernas le permitieron hasta llegar de nuevo a la casa. Entonces la mujer desmontó, se apoyó contra la puerta, y antes de abrirla dijo:
— La próxima vez que desobedezcas una orden, dormirás fuera desnudo. Pero por hoy ha sido suficiente.

En cuanto entraron, el calor del interior lo devolvió a la vida, y poco a poco fue entrando en calor. Había aprendido la lección.

2 comentarios:

  1. Esplendida la combinación de ponyplay con las inclemencias del tiempo. Recuerdo una historia (que debe andar por mi HD) de un grupo de excursionistas en pleno desierto. Se estropea el vehiculo en el que iban, y las dos mujeres "eclavizan" a sus compañeros como mulos durante varios dias hasta llegar a zona habitada. Se mezcla el calor del desierto con la sed (solo para ellos, claro)

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    1. Gracias una vez más por tus comentarios! La historia que comentas parece muy interesante... Yo leyera una parecida en inglés, en la cual una princesa y su sierva quedan perdidas en un desierto junto a un pony humano, el cual deberá llevar a las dos hasta un lugar seguro. Fantásticas!

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