miércoles, 18 de abril de 2012

En el campo

El sol de verano empezaba a asomarse cuando llegó al lugar. Abrió el portal, y lo cerró desde dentro. Avanzó por el camino hasta la puerta de la casa. Llamó y ella le abrió, aún en pijama. Él, como en cada ocasión, se desnudó y se puso a cuatro patas a su lado. Ella se sentó en su lomo, y le ordenó:
—A mi habitación.

Era una casa bastante amplia, de dos plantas, y su siglo de antigüedad se reflejaba en la madera del suelo y la piedra de las paredes. Subió pesadamente las escaleras bajo el peso de su ama, avanzó por los pasillos, y llegó a donde le había sido ordenado. Ella se levantó, tomó un antifaz de la mesa, y lo usó para cubrir los ojos de su montura. Él no supo qué estaba haciendo, pero pudo escuchar abrirse el armario, arrastrar algo sobre la madera del suelo, y luego su ama le tomó una muñeca, la apoyó sobre una barra de madera, y la esposó. Lo mismo con la otra muñeca, y luego fue el turno de sus rodillas: estaba atándolo a un balancín.
A continuación se sentó de nuevo sobre él, y pudo notar el suave y cálido tacto de su piel: estaba desnuda.
—Te encanta sentir mi piel así, verdad? Pues... hoy tendrás un premio...
No tardó en notar un cable pasar por su espalda, y pronto supo de qué se trataba al escuchar un pequeño zumbido. Era un vibrador.

Los siguientes minutos los pasó siendo balanceado atrás y adelante acompañando los movimientos pélvicos de su amazona. La respiración de la mujer se fue acelerando, acompañada de pequeños gemidos, cada vez más frecuentes. Su dulce aroma le hacía perder la cabeza. Finalmente, ella apretó con fuerza sus muslos contra él, y sus dedos se clavaron sobre sus hombros en un intenso orgasmo.

Los brazos del chico estaban cansados y agradecieron cuando ella se levantó tras relajarse un rato. Pudo escucharla vestirse, y luego le destapó los ojos, relevando sus bellas piernas ante él: lucía un vaquero muy corto y una camisa blanca. Le liberó del balancín, y caminó por el pasillo hacia la puerta de casa, con él gateando a su lado.
—Hoy daremos una vuelta por el campo...

La casa tenía una gran finca que se extendía por su lateral y parte de atrás, con unos árboles cerrándola al exterior. Unido a la calma del lugar, una zona rural en las afueras, les garantizaba cierta privacidad.

Salieron de casa, él desnudo y ella con su look de cowgirl, hacia un pequeño cobertizo. En su interior había una especie de pequeño carro que ya le resultaba conocido: se trataba de su rickshaw.
Tras un instante estaba amarrado a las barras del carro y listo para tirar de él. Entonces ella se subió y se sentó cómodamente sobre el acolchado asiento rojo. Tomó un látigo que estaba sujeto a un lado del asiento, y con una orden empezaron a avanzar.

—Lo que más me gusta de mi casa de verano es esta finca... Poder pasear, o tan solo acostarme y sentir la suave brisa... No hay forma mejor de desconectar del mundo. 
Mientras ella le hablaba, él caminaba tirando del carro, dando vueltas alrededor de la finca. Tendría el tamaño de un campo de fútbol, y en el centro habría unos cuantos frutales y una pequeña piscina circular.

Al cabo de un rato, le ordenó:
—Ya llega de vaguear. ¡Al trote! ¡Arre!
Ya hacía algo de calor, pero ella se cubría del sol bajo la lona de su carro, sintiendo el aire en su rostro al avanzar. Él, sin embargo, no tenía esa suerte, y su espalda brillaba al sol con el sudor, y pronto empezó a jadear. Pero en cuanto redujo el ritmo, sintió el látigo sobre su espalda
—¡No te he mandado parar!
Así continuó lo que le pareció una eternidad, con el chasquido del látigo cayendo sobre él cada vez que disminuía su velocidad. Al fin, su ama dijo:
—Está bien, puedes parar de trotar, y caminar un rato...

Tras un rato logró calmar su respiración, y entonces la mujer le mandó parar en el cobertizo, se bajó, y lo liberó del carro. Su espalda aún tenía las marcas de cada latigazo, y sus piernas estaban agotadas.
—Me encantan estos paseos... Ahora me daré un baño en la piscina. ¿Por qué no vas a prepararme la comida? ¡Aún tenemos toda la tarde para nosotros!

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