viernes, 29 de noviembre de 2013

Trabajando duro (parte 3)

Continuación de Trabajando duro (parte 2)

Tareas pendientes

Al acabar la mañana, Eusebio ya había perdido la cuenta de las vueltas que le habían ordenado dar, y a pesar de los descansos intermedios, le dolía todo el cuerpo del esfuerzo, especialmente los brazos. Al fin llegó el mediodía, y le ordenaron ir a hacer la comida, mientras ellas usaban sus portátiles un rato. Tras comer, las mujeres se fueron a echar una siesta mientras él comía, limpiaba la loza y la casa, y se aseaba y vestía con un chándal, pues luego iban a salir. Todas esas tareas eran para él un descanso después de una mañana tan dura.

A las 5 de la tarde, las chicas volvieron con sus bolsos para ir a hacer la compra al pueblo. Eusebio las siguió hacia el lateral de la casa, y no pudo evitar un suspiro de desesperación cuando comprobó que se dirigían al rickshaw y no al coche. Rebeca le escuchó, y sonriendo le dijo:
—¡Vamos! Con el rickshaw ir de compras se hace mucho más divertido. Además, el super está a solo unos 10 Km...

Resignado, Eusebio alzó las varas del carro, dejándolo en posición horizontal para que las chicas pudiesen tomar siento. Mientras Rebeca subía y se ponía cómoda, Lorena amarró los brazaletes que sujetaban sus muñecas a las varas, y le colocó un pequeño arnés en la cabeza, el cual incluía un bocado que quedó perfectamente fijado en su boca, del cual colgaban unas riendas. A continuación, ella también tomó asiento, y cedió a Rebeca las riendas, quien entonces dio un pequeño tirón para indicar al chico que se pusiera en marcha. Tras el esfuerzo inicial para vencer la inercia, se dirigió a la salida del patio, y empezó a trotar por la carretera en dirección al supermercado.

El primer tramo de la ruta era un camino estrecho y aislado, que serpenteaba entre fincas, cuesta abajo. Ésto facilitaba mucho el trabajo a Eusebio, ya que el carro prácticamente avanzaba solo, por lo que podía mantener un buen ritmo. Al cabo de unos 15 minutos, llegaron a un cruce donde el camino se unía a una carretera más ancha. El joven, que ya empezaba a sudar apreciablemente, se detuvo un instante y Rebeca, tirando de una de las riendas, le indicó que fuese hacia la izquierda, tras lo cual reanudó el camino. Esta nueva carretera unía varios caminos que iban a distintos grupos de casas, y era la vía principal que los comunicaba con la villa, el lugar donde estaba la tienda más cercana. Las mujeres continuaban charlando entre ellas mientras Eusebio se adaptaba a tirar en llano, lo cual requería más esfuerzo.

Con su camiseta cada vez más empapada, el chico continuó trotando durante una eternidad, cada vez más cansado. Quiso pedir un descanso a las mujeres, pero el bocado le impedía hablar, y en cuanto redujo el paso, Rebeca tiró de las riendas diciendo:
—¡Arre! ¿Ya estás cansado? Solo llevamos 40 minutos, y en un rato ya vamos a llegar y descansarás...
Resignado, no tuvo más remedio que continuar trotando. Poco después escuchó el ruido de un tractor acercándose lentamente, y se sonrojó al preguntarse qué pensaría cualquiera que viese la escena. Al poco, el tractor empezó a adelantarlos, y se situó a su izquierda por un momento, durante el cual pudo ver cómo el conductor saludaba a las chicas, que le saludaron también. Después, acelerando ligeramente, completó el adelantamiento y continuó avanzando. Entonces Lorena dijo:
—Es un conocido nuestro, que a veces nos hecha una mano con el tractor. No te preocupes, nos ha visto en el rickshaw muchas veces.
—Eusebio, ¿qué tal si le enseñamos lo que podemos hacer? ¡Corre, no dejes que se aleje!

A pesar del cansancio, hizo lo posible por complacer a la mujer, y pasó de trote a carrera, a toda la velocidad que el peso del carro le permitía. El tractor traqueteaba delante suya, a no mucha velocidad, con lo que con mucho esfuerzo pudo mantener la distancia. El conductor giró la cabeza, y vio qué sucedía, tras lo cual se rió y aceleró un poco más, empezando a alejarse de nuevo. A pesar de los tirones que Rebeca daba a las riendas, Eusebio no podía ir más de prisa, y empezaba a faltarle el aire, jadeando con el bocado en la boca. Esto continuó un par de minutos hasta que el tractor se perdía en la distancia, tras lo cual Eusebio se detuvo, agotado.
—Lo has hecho bastante bien. ¡Así me gusta!—dijo Rebeca, divertida.
—Pobre...—respondió Lorena.
A continuación, se bajó del carro y se le acercó. Soltó el bocado de su boca, y tomando una botella de su bolso, le dio de beber.
—Gracias—dijo Eusebio
—Tranquilo, ya estamos muy cerca, a unos 2 Km. Respira un momento, y ya seguimos.

Tras unos minutos que el chico aprovechó para recuperar un poco el aliento, Lorena le volvió a enganchar el bocado, y se subió de nuevo al carro. Con un tirón de riendas, volvieron a ponerse en marcha para el último tramo del camino. Varios coches los adelantaron en los siguientes minutos, lo cual era señal de que se acercaban al pueblo. El camino se había vuelto cuesta arriba, y el peso del carro tiraba con fuerza hacia atrás, pero los minutos de descanso le permitieron seguir trotando un poco más, al límite de sus fuerzas, motivado al ver en la distancia el rótulo del supermercado, en las afueras del pueblo.

Los últimos minutos fueron muy duros, pero por fin llegaron, y Eusebio se detuvo en el aparcamiento. Las chicas se bajaron del carro, y se acercaron a él. Mientras Lorena lo liberaba de los brazaletes y le quitaba el bocado, Rebeca le felicitó:
—Lo has hecho muy bien, solo tardaste algo más de una hora, y fue bastante divertido. Como premio, iremos a comprar nosotras solas mientras descansas. Te vemos en un rato!

De vuelta a casa

Eusebio se quedó sentado en la acera, tratando de calmar su respiración, y refrescarse agitando su camiseta. Las mujeres tardaron bastante en comprar, con lo que tuvo tiempo de descansar y pensar en ellas y su nuevo trabajo. Rebeca era muy exigente, pero le encantaba como se veía cuando daba órdenes, y su sonrisa cuando veía el esfuerzo que él hacía por complacerla. Además, su cuerpo era espectacular, y a él le volvían loco sus piernas. Lorena, por otra parte, no era tan dura, y siempre cuidaba de él cuando veía que llegaba a su límite. Su amabilidad le impulsaba a esforzarse por ella. Aunque era un trabajo mucho más duro de lo que se había imaginado, estaba feliz de estar en compañía de unas mujeres como ellas.

Un saludo de Rebeca lo sacó de sus ensoñaciones, y se levantó. Las chicas habían vuelto con un carro cargado con las bolsas de la compra. Eusebio les preguntó dónde ponerlas en el rickshaw, y Lorena le explicó que las llevarían en la superficie que hay delante de los asientos, junto a los pies de las chicas. Empezó a cargar las bolsas, pero antes de terminar, con unas cuantas aún por colocar, no quedaba más espacio, y sin saber qué hacer, preguntó de nuevo a las mujeres. Ellas cuchichearon un momento, y finalmente le dijeron que las ponga en un lado del asiento. Él obedeció, preguntándose cómo iban a sentarse las dos entonces. Una vez terminó, sujetó el carro y Lorena le colocó de nuevo los brazaletes, pero dejó guardado el bocado. Entonces ella se subió al carro y se sentó en el hueco libre, mientras Rebeca se quedaba al lado de Eusebio, que la miró extrañado. Entonces ella le explicó:
—Verás, compramos mucho y no hay sitio para todo en el carro, así que pensé que tal vez podrías llevarme a hombros... ¿Harías eso por mi?
—Lo intentaré, pero no se si seré capaz...—respondió preocupado Eusebio.
—Si lo haces bien, te daré un premio especial. Vamos, agáchate.

Eusebio se puso de cuclillas, y la mujer se sentó sobre sus hombros. Entonces él intentó incorporarse, pero el peso se lo dificultó, y casi pierde el equilibrio. Finalmente, logró ponerse en pie, y tras un instante para acostumbrarse al peso, empezó a trotar cuesta abajo, de vuelta a casa. Podía sentir perfectamente la fuerza de los muslos de Rebeca apretando su cuerpo para sostenerse mejor, ya que él tenía los brazos ocupados con el carro y no podía ayudarla. El carro pesaba ligeramente menos que antes, al haber sustituido a la chica por un montón de bolsas, pero aún así le empujaba cuesta abajo con fuerza, con lo que iba bastante rápido a pesar del peso que cargaba.

Antes de los 15 minutos ya habían llegado a la parte llana de la carretera, y Eusebio tuvo que empezar a tirar del carro, que ya no se impulsaba por su propio peso. Pero él no prestaba mucha atención al carro, sino a los muslos situados a ambos lados de su cuello. No podía evitar mirar constantemente para ellos, y concentrarse en sentir su fuerza, y cómo botaban ligeramente con sus pasos. Rebeca probablemente estaba disfrutando de esa misma sensación, y de ver cómo él sudaba bajo su cuerpo, mientras que Lorena se había puesto a leer una revista en el carro para distraerse.

El cielo empezaba a enrojecerse con el atardecer, y del mismo modo se enrojecía la cara del joven acalorado con el cansancio tras medio camino. Sin ni darse cuenta, había bajado un poco de velocidad, dando pasos más pequeños, y respirando muy agitadamente. Rebeca, dándose cuenta, le dio un apretón con sus piernas y le dijo:
—Ánimo, ya falta menos de la mitad del camino. Esfuérzate para mi, quiero llegar antes de que se ponga el sol...
Mientras decía esto, acariciaba el pelo del chico, quien redobló esfuerzos por seguir el ritmo, recordando que ella le había prometido un premio si hacía un buen trabajo. Sus hombros estaban adoloridos ya del peso que botaba incesantemente sobre ellos, y de tirar del carro, y sus piernas ardían de cansancio, pero tenía que hacerlo. Aún quedaba media hora para la puesta de sol, podía lograrlo.

Al rato llegaron al cruce donde tomaron el estrecho camino hacia casa. Pronto Eusebio recordó que ahora ese trozo era ahora cuesta arriba, y estaba tan cansado que apenas podía hacer frente a la fuerza que el carro hacía tirando de él hacia atrás. Tuvo que bajar el ritmo para poder avanzar, y en esta ocasión Rebeca no le presionó, pero cuando vio que el sol empezaba a ponerse, gastó sus últimas fuerzas en acelerar el paso, y tras los minutos más largos de su vida, cruzó el portal de casa. Se detuvo en el patio, jadeando y empapado en sudor, y esperó a que Lorena se bajase y lo liberase del carro. Después, se agachó para que Rebeca pudiese desmontar. Ella, tras levantarse, le dijo, mientras le tendía una mano para que se levante:
—Te esforzaste mucho por mi, ¿verdad? Buen chico... Te has ganado el premio que te prometí. Guarda la compra, y después ven a vernos a nuestra habitación...

 

Continúa enTrabajando duro (parte 4)

jueves, 7 de noviembre de 2013

Trabajando duro (parte 2)

Continuación de Trabajando duro (parte 1)

Trabajo nuevo

Tras la entrevista todo sucedió muy rápido. Las chicas le habían explicado sus tareas diarias, y que irían surgiendo otras según ellas deseasen. Después de sellar el trato, Eusebio regresó a su domicilio, preparó una pequeña maleta, y regresó con ellas, para instalarse y pasar ahí la noche. Al día siguiente tendría que madrugar para empezar su primer día de trabajo, pero era incapaz de dormir por los nervios. No solo era un trabajo nuevo, sino una vida entera nueva, en otra casa, y con dos mujeres... Además este trabajo no se parecía en nada a lo que él conocía, y eso le intimidaba. Finalmente logró dormirse tras varias horas dando vueltas.

Su despertador sonó a las siete, y Eusebio se levantó somnoliento tras apenas haber dormido, pero con ganas de hacer un buen trabajo su primer día. Se duchó rápidamente, se puso su uniforme, consistente únicamente en un calzón negro ajustado, y se dirigió a la cocina. Tras rebuscar puerta por puerta, y revisar la nevera, se puso a preparar el desayuno que anoche le habían pedido las chicas. Cortó unas piezas de fruta, preparó unas tostadas, y finalmente un café con leche para cada una. Mientras ponía todo cuidadosamente sobre la mesa del comedor en unos manteles individuales, escuchó el despertador de las chicas, quienes al poco entraron al comedor, ataviadas con una bata blanca cada una. Eusebio las saludó con una reverencia, y se sentaron.
—Buenos días.
—Buenas... Por favor, ocúpate de nuestra habitación mientras desayunamos.

Eusebio dejó a las chicas desayunando y se dirigió a la habitación. Era muy amplia, con decoración de estilo victoriano, y una cama con colchas rojas en el centro. Abrió la persiana para que entrase luz, y se puso a hacer la cama, dejándose embriagar por el aroma a mujer que flotaba en el aire. Luego abrió la ventana para ventilar el cuarto, y llevó el cesto con la ropa sucia al cuarto de lavado. Volvió al comedor, y esperó observando mientras las chicas terminaban su café. Cuando terminaron, Rebeca le dijo:
—Nosotras vamos a tomar una ducha. Aprovecha para desayunar tu, porque luego te tenemos preparado un trabajito...

Primera lección

Tras desayunar y lavar los platos, Eusebio esperó por las chicas, que no tardaron en llegar. Rebeca vestía ropa de deporte negra ajustada, compuesta por un pantalón corto que dejaba descubiertos sus muslos y se pegaba a cada recoveco de su cuerpo, y una camiseta que apenas podía contener sus grandes pechos, los cuales marcaba perfectamente, al igual que hacía con los kilos de más de su vientre. Lorena, más discreta, llevaba una camisa cuadriculada blanca y roja suficientemente holgada, y un pantalón vaquero largo que realza su gran cadera y termina en unas botas de cuero altas. Eusebio no pudo evitar quedarse mirando un instante a las dos bellezas. Entonces Rebeca dijo:
—Bueno, vamos a empezar con lo que tenemos pensado para hoy. ¿Sabes qué es el ponyplay, Eusebio?
—Me suena vagamente—respondió Eusebio—. Vi algo en un capítulo de Bones, pero poco más...
—Bueno, algo es algo. Verás, cabalgar es una de nuestras actividades favoritas, y tenemos bastante experiencia con ponis humanos. Como te explicamos al contratarte, como sirviente tus tareas no se limitan a las domésticas, sino que debes complacernos en lo que necesitemos, y... pensamos que podrías ser nuestro nuevo poni.
—¿Como en la prueba de la entrevista?
—Así es, aunque el rickshaw no es el único estilo que existe. También se puede montar directamente, a dos o a cuatro patas. Ya irás aprendiendo poco a poco. ¿Qué te parece si empezamos practicando un poco?
—Está bien, lo haré lo mejor que pueda.

Todo esto acerca del ponyplay se le hacía extraño, pero ya sabía que su trabajo iba a serlo, y lo que había probado en la entrevista no parecía tan malo. No era más que algo de ejercicio, mucho menos que cuando le tocaba recoger forraje en su anterior trabajo. Además, nunca había tenido unas jefas tan sexys. Eusebio siguió a las mujeres al campo de la otra vez. Cuando llegaron Rebeca se sentó en un taburete situado junto a la entrada, al lado del rickshaw, y le indicó:
—Lore se encargará de explicarte, es su especialidad.
—Hoy no usaremos el carro—dijo Lorena mientras seguía avanzando—, sino que practicaremos la monta a cuatro patas. Bien, aquí está bien. Por favor, ponte en posición.

Tras detenerse donde le indicó, a unos 20 metros de la otra mujer, Eusebio obedeció, arrodillándose primero sobre la tierra, que al no ser muy dura no lastimaba sus rodillas, y luego apoyando sus manos en la suave hierba, en posición de gateo.
—Muy bien. Ahora me subiré a tu lomo...

Lorena pasó una pierna sobre su espalda, quedando a horcajadas de él, y se sentó lentamente sobre su espalda. Eusebio pudo sentir el tacto del pantalón vaquero sobre su espalda desnuda, casi sobre la cadera, así como su peso, que debía rondar los 65 kilos, y la fuerza que sus muslos hacían contra sus costados. Luego, ella apoyó sus manos sobre la parte superior de su espalda, para mayor sujeción.
—¿Estás cómodo?
—Si...
—Bien, pues entonces empecemos... Llévame hasta junto Rebe, despacito.

Eusebio miró hacia Rebeca, que los observaba sentada en su taburete con las piernas cruzadas, y empezó a moverse. Notó cómo su cadera, y el peso de Lorena, se desplazaban de un lado al otro a cada paso, y cómo ella apretaba los muslos para no perder el equilibrio.
—Trata de no moverte tanto hacia los lados
Él intentó moverse con más cuidado, manteniendo lo más recta posible la cadera.
—Bien, mucho mejor... Sigue...

Tras unos cuantos pasos más, Eusebio llegó a junto Rebeca, y se detuvo a sus pies. Aprovechó para disfrutar la hermosa vista ante sus ojos: sus muslos brillaban con la luz del tenue sol otoñal, con un aspecto suave que contrastaba con lo fuertes que parecían. Lorena lo sacó de su ensoñación con la orden de llevarla de nuevo al punto de partida, y él obedeció, extremando el cuidado para no moverse tanto. Durante el paseo comprobó que así era más sencillo avanzar, y la chica iba más cómoda sin preocuparse por el equilibrio. Tras llegar al destino, ella le preguntó:
—¿Qué tal? ¿Cansado?
—Me cuesta un poco no balancearme, pero por lo demás bastante bien...
—Eso es porque me senté muy atrás. Cuanto más atrás, más balanceo, pero menos peso soportan tus brazos. Mira...

La mujer apoyó los pies, se levantó, y volvió a sentarse, de esta vez más adelante, sobre su zona dorsal. Rápidamente notó la diferencia: ahora la mayor parte del peso de la chica recaía sobre sus brazos, y los muslos de la chica colgaban junto a ellos. Ella le ordenó volver a llevarla hasta Rebeca de nuevo, para experimentar la diferencia. Ciertamente, así se balanceaba mucho menos, y no tenía que preocuparse tanto del equilibrio, pero el movimiento era mucho más agotador por el esfuerzo de sus brazos. Cuando llegó a junto de Rebeca, respiraba pesadamente, y un poco de sudor empezaba a brotar de su frente.
—¿Notas la diferencia? ¿Qué tal ahora?
—Cansa más...
—Déjame probar a mi—interrumpió Rebeca.

Lorena miró para su compañera, se levantó, y se dirigió hacia ella. Rebeca también se levantó, le cedió el taburete, y se acercó a Eusebio, quien aprovechó la pausa para estirar los brazos y darles un descanso. Una vez la chica llegó a su lado, se detuvo delante suya, y se sentó directamente en sus hombros, con sus piernas colgando hacia adelante. El chico tuvo que hacer un esfuerzo para no doblar sus brazos al sentir el peso de Rebeca, que superaba al de su pareja, y debía rondar los 85 kilos. A la mujer le encantaba sentir los músculos del chico esforzándose por sostenerla, y se tomó un momento para disfrutar la sensación. Eusebio, mientras tanto, veía las piernas de la mujer colgando sobre sus hombros, a los lados de su cara, y podía oler el dulce olor de su loción, casi sentir su suavidad contra su piel, mientras notaba el cansancio acumularse en sus brazos.
—Adelante, llévame con Lore—le dijo con tono divertido.

El chico empezó a avanzar, presionando con fuerza el suelo con sus manos cada vez que cambiaba el peso de un lado al otro. Antes de llegar a la mitad del camino, ya sentía el calor en su cara, que empezaba a cubrirse de sudor, y sus brazos temblaban ligeramente por el esfuerzo. Continuó avanzando los pocos metros que faltaban, hasta que finalmente llegó a junto la otra mujer. Rebeca le felicitó, y sin levantarse habló con la otra mujer.
—¿Qué le vas a enseñar ahora?
—Por ahora lo mejor es que practique.
—Entonces ven un momento, quiero que pruebe algo.

Lorena miró para su pareja un instante, dudosa, y a continuación sonrió y se levantó. Eusebio la perdió de vista cuando se acercó, porque los muslos de Rebeca le impedían ver los laterales, pero pronto supo dónde había ido cuando sintió el tacto de sus vaqueros sobre su espalda otra vez, justo detrás de la otra mujer. No pudo evitar soltar un pequeño gemido y echarse instintivamente hacia atrás, tratando de desplazar un poco del peso de sus brazos hacia sus piernas, ya que éstos le temblaban por el esfuerzo de sostener a las dos mujeres a la vez. Las chicas no le dieron ninguna orden, por lo que se quedó quieto en el sitio, pero el peso le resultaba agotador y, según pasaba el tiempo, cada vez le costaba más sostenerlas, hasta que a los pocos minutos les dijo:
—No puedo más... Es... muy duro...
—Aguanta un poco más, hazlo por mi—le respondió Rebeca, mientras acariciaba su cabeza.

El chico hizo lo posible por aguantar, pero al cabo de un par de minutos sucumbió al peso, y cayó acostado contra el suelo. Las chicas se levantaron, y observaron por un rato el cansado y sudado cuerpo del chico. Tras recuperar el aliento, se levantó de nuevo, liberado del peso, y se quedó a cuatro patas.
—Bueno, ha sido divertido, pero ahora debes continuar practicando—dijo Rebeca mientras se sentaba en el taburete.
—No te preocupes, te lo pondré más fácil—añadió Lorena, mientras se sentaba de nuevo en la parte baja de su espalda—. Sentándome así no te cansarás tanto, pero quiero pedirte algo...
—Dime...
—Quiero que des una vuelta entera al campo.
—No se si podré...
—Vamos, ¡inténtalo!—le animó Lorena, mientras le daba una palmada en el muslo.

Eusebio empezó a avanzar, rodeando la finca. Sus brazos estaban cansados, pero montada así, la carga no le resultaba tan pesada, y pudo completar en unos cuantos minutos el trayecto hasta el fondo de la finca. Tras rodear el lado más estrecho del rectángulo que la finca formaba, emprendió el camino de regreso, sintiéndose agotado de nuevo, pero decidido a lograrlo. Cada vez avanzaba más pesadamente, según el cansancio iba haciendo mella en él. Cuando llegó al final del recorrido, de vuelta a la entrada, se detuvo, y Lorena se levantó de su lomo.
—Descansa unos minutos, después me toca a mi.—dijo Rebeca sonriendo.

 

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