jueves, 7 de junio de 2012

El hotel

Llegaron al hotel cuando ya había caído la noche. Ella caminaba delante, seguida del chico, el cual iba cargando con una gran maleta. Se dirigieron a recepción y ella tomó la llave de la habitación, y se dirigió al ascensor. Él la siguió, pero cuando iba a entrar al ascensor ella le detuvo.
— Tu ve por la escalera.

La puerta se cerró delante de él y, tomando de nuevo la maleta, se dirigió a las escaleras. Cinco pisos después, sin demorarse, llegó al último piso del hotel, y cruzó la puerta que ella le había dejado abierta, cerrándola a su paso. La mujer tomó su portátil del bolsillo exterior de la maleta, y lo puso sobre la mesa.
— Ponte a cuatro patas.
Así hizo, y ella se sentó en su lomo, justo sobre sus hombros, con las piernas colgando hacia adelante, y quedando a la altura correcta para usar su ordenador. Lo encendió, conectó a la red del hotel, y se puso a escribir un correo con calma. El chico aguantó como pudo el peso de la mujer, que recaía todo sobre sus brazos, esperando que no tardase mucho.

Las muñecas empezaban a molestarle cuando al fin ella pulsó "Enviar". Esto le alivió, pensando que al fin se levantaría, pero ella había pensado en ver quién estaba conectado y hablar unos minutos. Pronto los brazos del joven empezaron a temblar del esfuerzo, y ella le golpeó:
— ¡Quieto! No puedo teclear así.

El chico se esforzó por estar lo más quieto posible durante los siguientes minutos hasta que por fin ella bajó la pantalla y se levantó de su lomo. Le indicó que le preparase la ducha y su pijama, y cuando todo estuvo listo, fue a ducharse, mientras él esperó a la puerta, de rodillas, con la ropa en sus manos. A los 15 minutos la mujer salió envuelta en la toalla, tomó la ropa, y le ordenó desnudarse a él y entrar en la ducha mientras ella se ponía el pijama. Al minuto, entró a la ducha ya vestida de rosa, y tomando la ducha abrió el grifo del agua fría, y empezó a aclarar al joven. Él se encogió de frío y se tapó las zonas más sensibles, pero ella le ordenó que no lo hiciese, y continuó hasta haberlo empapado a conciencia. Finalmente, le ordenó salir a 4 patas a la habitación, lo cubrió con una toalla doblada para no mojarse, y se sentó sobre él.
— Vamos a dar una vuelta por la planta. Si no quieres que nadie te vea desnudo, ¡camina rápido!

De este modo recorrieron el pequeño pasillo de la planta, y cuando volvían a la habitación, por fortuna sin haberse cruzado con nadie, le dijo mientras se levantaba de nuevo:
— Bajemos la escalera. Tranquilo, nadie la va a usar, y menos a estas horas.
Una vez estaban en el giro antes de llegar al bajo, se detuvieron, y ella le ordenó:
— Ahora súbeme a caballito. Son solo 4 plantas y media.

El joven se puso en marcha, subiendo lo mejor que pudo las escaleras sosteniendo a la mujer, desnudo y aún mojado. Ella, por su parte, sonreía acurrucada en su suave pijama. Tras unos minutos que se alargaron para el chico, llegaron de nuevo a su planta y a la habitación. Entraron, y ella tomó otro objeto de la maleta: un pequeño vibrador.
— Me apetece relajarme un rato, así que ponte de nuevo a 4 patas. Quiero que hagas la ola mientras yo disfruto.

El chico cumplió lo ordenado, y la mujer se sentó en la parte baja de su lomo, lo cual le facilitaba el sostenerla, y encendió su juguete. Él empezó el movimiento que le había sido ordenado, consistente en moverse hacia atrás enderezándose, luego bajar flexionando los brazos, y finalmente elevarse volviendo a la posición inicial, como había aprendido en una web. Era un ejercicio muy agotador, y tras las 20 primeras repeticiones estaba jadeando y sudando, y le costaba subir a cada vez. Pero ella no le permitió bajar el ritmo, golpeando su trasero cada vez que reducía la velocidad. Así tuvo que continuar hasta que la mujer alcanzó el orgasmo sobre su lomo, mientras él se esforzaba por complacerla.

Al fin le permitió detenerse, se levantó, y se metió en la cama. Ya era tarde, y mañana quería cabalgar temprano por la mañana. El chico, por su parte, se acurrucó en el suelo a los pies de la cama, donde trató de conciliar el sueño: el día siguiente iba a ser más duro.

viernes, 1 de junio de 2012

El torneo

(continuación de Amigas del rancho)

En verano se celebran muchos torneos en el rancho. Hay múltiples modalidades, además de las clásicas carreras de carro que se celebran todo el año, incluyendo competición de sentadillas en piscina, o el durísimo maratón.

María y Carla asistieron de público a uno de los torneos, y les gustó tanto que decidieron proponer a su amigo probar algo así. Como no podían inscribirse sin experiencia previa, quedaron para experimentar en solitario previamente, y aprender los tres juntos.

Llegaron al rancho el día que lo habían reservado, como tantas otras veces desde aquella primera ocasión. Carla llevaba un top negro que dejaba ver su cuidada figura y pantalones cortos: un look sexy y atrevido. María, ya más confiada pero aún algo reservada, lucía también unos vaqueros cortos que realzaban sus gruesas y hermosas piernas, mientras que una camisa blanca disimulaba sus kilos de más. Su poni, como en otras ocasiones, solo tenía permitido llevar un ajustado boxer negro.

Tras hablarlo un instante entre ellas, decidieron que lo primero que probarían sería a usar su poni de toro mecánico. Le ordenaron ponerse a cuatro patas en el centro de una colchoneta, y sortearon quién empezaría, privilegio que le tocó a Carla, por lo que María la cronometraría.

La mujer se sentó sobre el joven, y cuando su amiga dio la señal, él empezó a moverse bruscamente hacia adelante y atrás, subiendo y bajando, con ella rebotando fuertemente sobre su lomo como si de un verdadero toro mecánico se tratase. Ella tenía buen equilibrio, y se agarró fuertemente con sus piernas apretando los costados del chico, por lo que aguantó casi 3 minutos antes de que en un giro se fuese hacia un lado y cayese sobre la colchoneta. Aunque era una mujer ligera, ese tiempo fue suficiente para que el esfuerzo de cada vez que la hacía botar hubiese puesto a sudar al poni, que respiraba algo más rápido de lo normal.

Pasó a ser el turno de María, que se sentó despacio sobre el chico. La diferencia de peso era evidente para él, y más aún tras recibir la señal y empezar a moverse: no era tan sencillo hacerla botar como a Carla, y sus movimientos eran más lentos. Esto facilitaba a María el equilibrio, con lo que alcanzó con relativa facilidad los 4 minutos, mientras el muchacho sudaba más intensamente y empezaba a jadear. Carla aceptó la derrota y la ronda terminó.

Pero antes de pasar a la siguiente prueba decidieron hacer una última ronda con las dos a la vez, solo por diversión. María se sentó cerca de los hombros del muchacho, donde su peso le resultaba más duro, y Carla detrás de ella abrazándola. Los muslos de ambas chicas le apretaron, y empezó a intentar agitarse como en las rondas anteriores, pero el peso sobre su espalda y el cansancio se lo dificultaban más y más, y apenas era capaz de elevarse de nuevo tras cada vez que doblaba sus brazos. Finalmente en uno de esos movimientos colapsó, y las chicas rieron un instante antes de levantarse.

A continuación, tras dar unos minutos al muchacho para recuperar el aliento, decidieron cual sería el siguiente juego: la yincana. Se trataba de un recorrido con múltiples zonas que ponían a prueba al poni de distintos modos, y en la cual se solían hacer carreras. Pero al tener una sola montura, decidieron repetir el sistema y probar una y después la otra midiendo los tiempos.

Empezó Carla nuevamente, dejando que el muchacho la tome sobre sus hombros y colocándose en la linea de salida. A la señal, el muchacho empezó a correr la primera etapa: una vuelta alrededor del circuito, poniendo a prueba su velocidad. Al final de la vuelta había una zona con agua que cubría hasta las rodillas del muchacho, que también debía cruzar corriendo. El agua dificultaba el mantener la velocidad, pero por suerte solo eran unos metros. Al final de esa zona, se encontraba la tercera etapa: unas barras por debajo de las cuales debía llevar a su amazona avanzando de rodillas con ella en sus hombros. Aquí trató de ir despacio para no lastimarse, pero ella le golpeó con los pies para hacerle acelerar, haciendo que cada movimiento lastimase ligeramente sus rodillas a pesar de la hierba. La cuarta etapa consistía en subir por unas escaleras a toda velocidad, y cada peldaño con el peso de su amazona le resultaba agotador. Su cuerpo estaba totalmente empapado y su respiración eran fuertes jadeos ya al llegar a la cima, donde esperaba la última etapa: bajar por la cuesta del lado opuesto a 4 patas. Se arrodilló y apoyó sus manos en el suelo mientras su amazona se deslizaba hacia atrás para estar más cómoda en esta etapa. La cuesta hacía que el peso de su ama recayese más en sus brazos que habitualmente, por lo que fue una dura prueba recorrerla antes de llegar a la meta. Cuando la cruzó, María exclamó:
— Siete minutos, 24 segundos. ¡No está mal para empezar!


Dieron al chico un par de minutos para retomar el aliento, mientras Carla le contaba a su amiga cómo había sido su experiencia por el circuito. Aún respiraba pesadamente cuando María le ordenó levantarla para empezar su turno. Ella sabía que con el poni cansado y su peso le sería difícil superar a su amiga, pero no iba a rendirse tan fácilmente. A la señal, el joven empezó a correr nuevamente por el circuito, mientras María no paraba de golpearlo con sus pies a modo de espuelas para hacerle correr más. Él lo intentaba, y en su esfuerzo hacía que ella botase sobre sus hombros cansándole más. La zona del agua fue mas o menos similar, pero las barras resultaron mucho más complicadas de esta vez. El chico sentía arder sus rodillas, pero María no le permitió reducir la velocidad ni un instante. En las escaleras se tambaleó en un par de ocasiones por el cansancio de subir el peso de ambos, y apenas era capaz de respirar. Entonces se dispuso a bajar la cuesta, para lo que se puso a cuatro patas. A los pocos pasos, el peso de la mujer fue demasiado y sus brazos cedieron un instante, haciéndole caer al suelo con ella encima. Ella empezó a golpear su trasero con sus manos, y él se levantó rápidamente y terminó la vuelta sin que ella dejase de golpearle.
— ¡Gané! ¡Tardaste 8 minutos justos!
— ¿Qué? De no haber sido por esa última caída habría ganado...
— Tu crees? Tu poni ya no podía más...
— Solo hay una forma de saberlo...
Ambas mujeres se miraron, y el chico todavía a cuatro patas las miró entre jadeos deseando que no dijesen lo que pensaba que iban a decir. Pero no tuvo esa suerte, y ambas mujeres dijeron a la vez:
— ¡Revancha!