viernes, 15 de agosto de 2014

Bikini

¡Hola lectores y lectoras! Tras unos meses algo ocupados, paso por aquí una vez más para compartir un nuevo vídeo. Acepto que quizá no sea muy original, ya que es parecido al anterior, pero no hemos tenido ocasión de grabar en otros lugares todavía. Tal vez para la próxima, si este os gusta.

Sin más preámbulos, os dejo los enlaces:

[2014-08-15] Bikini. 23,8 Mb.
Enlaces:
- Descargar desde Mega.
- Ver online en Yuvutu

Los comentarios están a vuestra disposición para darnos vuestra opinión. También se aceptan sugerencias para futuros vídeos y fotos... Con vuestra ayuda, tal vez el próximo sea pronto...

Un saludo!

jueves, 10 de abril de 2014

Vestido negro

Tras el vídeo publicado el pasado mes, pensé en compartir algún material personal más, y el resultado es el que hoy os ofrezco. Se trata de una pequeña galería de fotografías de la temática del blog. No es demasiado grande, tan solo 26 fotos, ya que resulta complicado tomar fotos y participar en la escena a la vez, pero al igual que dije con el vídeo, es mi pequeño granito de arena para que tal vez más gente se anime a compartir contenidos amateur de esta temática.

Sin más espera, os dejo los enlaces:

[2014-04-10] Vestido negro. 37.6 Mb.
Enlaces:
- Descargar desde Mega.
- Ver online en Imgur

Como siempre, quedo a vuestra disposición para cualquier comentario o sugerencia en la sección de comentarios.
Gracias, y nos vemos en la próxima publicación!

miércoles, 12 de marzo de 2014

Primeros pasos

Bienvenidos una vez más a mi humilde blog. Hoy no escribo para publicar una nueva historia (todavía falta un poquito más para eso), sino para compartir algo diferente, dando al fin significado al mensaje bajo el título de esta página.

Estoy seguro de que la mayoría de los que me leéis también habéis visto vídeos e imágenes de esta temática. Hay varios estudios que se especializan en ello, y tienen mucho material a disposición del público. Además, al igual que pasa con el resto del mundo erótico, también hay algún contenido amateur, aunque en el caso de nuestra afición es bastante escaso. Hoy me toca poner mi granito de arena al respecto, y por ello os comparto un vídeo personal. Probablemente no esté a la altura de los que publica cualquier estudio, pero es mi aportación a la comunidad.

A continuación os dejo el enlace de descarga:

[2014-03-12] Primeros pasos. 35,5 Mb.
Enlaces:
- Descargar desde Mega.
- Ver online en Yuvutu

Agradezco vuestra opinión y sugerencias en los comentarios. Del mismo modo, os invito a enlazar a cualquier otra cosa que vosotros mismos hayáis publicado anteriormente.
Un saludo, y hasta pronto!

jueves, 5 de diciembre de 2013

Trabajando duro (parte 4)

Continuación de Trabajando duro (parte 3)

Recompensa

A pesar del día agotador que había tenido, Eusebio guardó la compra a toda velocidad, ilusionado, fantaseando con cual podría ser su recompensa. En cuanto terminó, respiró hondo y se puso en marcha hacia la habitación de las chicas. Al llegar, llamó a la puerta, y la amable voz de Lorena le invitó a entrar. Ambas chicas estaban sentadas en la cama esperándole. Una bolsa apoyada junto a la mesilla llamó su atención, pero entonces Lorena le habló de nuevo:
—Cierra la puerta, y acércate. Hoy te has portado muy bien, y te has esforzado por complacernos, así que te has ganado un pequeño premio...
—¿Por qué no te quitas esa ropa sudada?—añadió Rebeca.

Sonrojándose al oír esas palabras, el chico asintió y empezó a desnudarse. Fue apilando ordenadamente las prendas que se fue quitando, hasta quedar en ropa interior. Entonces se detuvo, dudoso, hasta que un gesto de Rebeca le indicó que continuase. Obedeció, con su cara totalmente roja de vergüenza, y tratando de cubrirse con sus brazos, colocó su ropa interior junto al resto. Las chicas sonrieron, y Rebeca tomó la bolsa y se puso a revolver en ella, hasta sacar un pequeño objeto de plástico transparente con forma similar a la de un pene. Quitó unas llaves que colgaban de él, y las dejó en la mesilla.
—Ten, ponte esto.—dijo Rebeca mientras le entregaba el objeto.
—¿Qué es? No se cómo...
—Es un dispositivo de castidad. Se coloca en tu miembro, e impide que hagas ciertas cosas sin permiso.

Aunque la idea le asustó un poco, Eusebio trató de ponerse el aparato, y tras lograrlo cerró el candado que lo sujetaba. Satisfecha, Rebeca dijo:
—Buen chico. Ahora, ponte a cuatro patas sobre la cama.

Eusebio se subió a la cama como le indicaron, y se colocó a cuatro patas mirando hacia los pies de la cama. Justo enfrente estaba situada una cómoda con un enorme espejo que, además de dar una mayor sensación de amplitud, le permitía verse reflejado. Entonces Rebeca se colocó delante suya, entre la cama y la cómoda, y empezó a levantar su camiseta, dejando ver su vientre. Eusebio, con ojos como platos, observó atentamente mientras ella terminaba de quitarse la camiseta, revelando la pálida piel de su redondeado torso, y un sujetador negro que apenas contenía sus enormes pechos. A continuación, se giró dándole la espalda, y bajó lentamente su pantalón corto, dándole una vista privilegiada de su gran trasero, cubierto solo por unas bragas también negras, y después revelando sus fuertes muslos.
—¿Te gusta lo que ves?
—Mucho...
—Pues pon atención... Ven, Lore.

Lorena se acercó a Rebeca, y se sonrojó ligeramente mientras Rebeca desabrochaba uno a uno los botones de su camisa. A continuación se la quitó, dejando descubierta su suave piel, y un sujetador de encaje blanco. Después, se agachó sujetándose de la cadera de Lorena, y desabrochó su pantalón, que fue bajando suavemente por su amplia cadera, dejando descubiertas sus bragas azules, pegadas a sus amplias curvas. Finalmente se levantó, y ambas chicas se besaron sensualmente unos segundos, abrazándose, bajo la atenta mirada del joven. Lo que acababa de ver le había excitado tanto que era incapaz de pensar en nada más que las dos bellezas, de las cuales no apartaba la vista ni un instante. El aparato que se había colocado antes le apretaba ahora su miembro según crecía con la excitación. Tras el beso, las mujeres le miraron y Rebeca dijo:
—¿Te gustaría que te montásemos un ratito así?
—Me encantaría...
—Entonces pídelo...
—¿Podría... podría ser vuestra montura, por favor?
—Muy bien.

Las mujeres se subieron a la cama, y Eusebio pudo ver en el espejo cómo Lorena se sentaba suavemente sobre la parte inferior de su lomo, concentrándose en el tacto de sus muslos sobre sus costados, y en el leve tacto de su ropa interior sobre él. Su cadera parecía aún mayor sentada así, y se veía realmente imponente. A continuación, Rebeca se colocó delante suya, a pocos centímetros de su rostro, instante que él aprovechó para ver más de cerca sus muslos, e incluso impregnarse de su excitante aroma femenino. Entonces se montó sobre él, sobre la parte más alta de su espalda, quedando de frente a la otra chica. Sus brazos se esforzaron para resistir el peso que acababa de recaer sobre ellos. Entonces pudo ver de nuevo el espejo, y contemplar el hermoso trasero de la chica sentada sobre él, con sus impresionantes muslos colgando a ambos lados, acariciando sus hombros.

Una vez acomodadas ambas mujeres, Rebeca dijo:
—Si quieres, puedes girarte para vernos a las dos en el espejo. Quiero que nos balancees atrás y adelante un ratito...

Eusebio aceptó la invitación, y se giró hasta quedar viendo hacia un lado de la cama, de forma que girando la cabeza podía ver a ambas chicas sentadas, una frente a la otra, muy cerca, con sus muslos colgando a su lado. Después, empezó a moverse como le habían indicado, lentamente. Entonces pudo ver cómo las mujeres se abrazaban sensualmente y empezaban a besarse, moviendo sus caderas al ritmo de sus movimientos. Los besos se fueron volviendo más apasionados, y las caricias entre las mujeres más intensas, moviendo sus caderas cada vez más rápido, a lo cual él respondió moviéndose también más rápidamente.

La acción continuó durante un buen rato, y aunque los brazos de Eusebio empezaban a arder de cansancio tras todo un día de esfuerzo, su mente estaba embriagada por la excitación de lo que veía en el espejo, al cual no quitaba ojo ni un instante. Podía sentir su propio pulso, muy acelerado, especialmente en su rostro rojo de excitación, y en su pene, apretujado en su prisión. En una pausa entre sus besos, Rebeca dijo:
—¿Te gustaría que nos desnudemos, verdad?
—Mucho...
—Entonces te propongo algo. Si haces la ola, umm... unas 50 veces, nos desnudaremos. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.

Eusebio recordaba bien ese movimiento ya que se lo habían explicado anteriormente, y sabía que era bastante agotador, pero la recompensa bien merecía el esfuerzo. Flexionó sus brazos según se echaba hacia atrás, y al volver a echarse hacia adelante trató de extenderlos, levantando el peso de ambas mujeres.
—Una...—contó en alto Rebeca.

A los pocos instantes, la frente de Eusebio empezó a humedecerse con las primeras gotas de sudor, y su respiración, ya agitada por la excitación, se volvió más ruidosa por el gran esfuerzo de alzar a ambas mujeres en cada repetición. El cansancio del día hacía mella en él, y sus brazos empezaban a temblar.
—Veintidós...

La mente del joven trató de concentrarse en las sensaciones que percibía a través del tacto. A cada repetición, podía sentir los muslos de Rebeca rozar sus hombros, y el leve roce de la entrepierna de Lorena al inclinarse su montura. Pero el cansancio era ya imposible de ignorar, y cada vez le llevaba más tiempo y esfuerzo estirar sus brazos para volver a la posición inicial. Sus brazos ya no solo temblaban durante ese instante, sino durante prácticamente todo el movimiento.
—Cuarenta y una...

Las últimas repeticiones fueron un verdadero reto, al límite de sus fuerzas, y estuvo a punto de rendirse, pero la idea de ver desnudas a ambas mujeres era demasiado atractiva como para tirar la toalla, sin importar lo duro que resultase. Finalmente, con sus últimas fuerzas, lo logró:
—¡Cincuenta! Lo has hecho muy bien, poni. Te daremos tu premio...

Diciendo estas palabras, Rebeca se levantó, seguida de Lorena. Eusebio aprovechó ese instante para empaparse nuevamente en el aroma de ambas mujeres. Las dos se bajaron de la cama, y Rebeca se puso a revolver en la bolsa de nuevo, tras lo cual sacó un pequeño trozo de tela negro. Se acercó a Eusebio, y se lo colocó delante.
—Siéntate un momento. Nos vamos a desnudar, pero todavía no puedes mirar. Te vendaré los ojos...

Eusebio, desilusionado, se dejó vendar los ojos. Un momento después, sintió el tacto de una pieza de tela algo dura caer sobre sus muslos, seguido de otro trozo similar. Probablemente serían los sujetadores de las chicas. Otro instante más, y pudo sentir el suave tacto de otras dos prendas, que supuso serían las bragas de las chicas. Entonces notó cómo alguien apartaba todas las prendas, y una mano sujetó la suya, invitándole a levantarse. Así hizo, y entonces sintió a alguien pegarse a su espalda. Entonces escuchó la voz de Rebeca.
—Estamos las dos desnudas... ¿puedes sentir mi cuerpo pegado al tuyo?

El joven prestó atención al tacto en su espalda. Podía sentir la suave presión de los grandes pechos de Rebeca contra su cansado lomo, así como su vientre empujándole ligeramente. Incluso podía sentir su cadera contra sus nalgas. No pudo evitar soltar un pequeño suspiro de excitación, a pesar de no poder ver los tesoros que su piel acababa de descubrir. Entonces Rebeca le ordenó:
—Quiero montarme en tus hombros... agáchate.

Así hizo, y una vez agachado pudo sentir cómo una pierna se apoyaba sobre su hombro, colgando contra su pecho, y cargando su peso sobre él. A continuación, la otra pierna. Sujetó los muslos con sus manos, sintiendo perfectamente su suave tacto, como ya lo sentía sobre sus hombros. En cuanto la mujer se acomodó, pudo sentir también su entrepierna contra su cuello, húmeda y caliente. Solo de imaginarlo, la excitación le volvía loco, y solo podía pensar en esa sensación, y en el aroma que envenenaba su mente. Siguiendo las órdenes de su amazona, y con un esfuerzo de sus piernas, se levantó, y empezó a balancearse de una pierna a la otra, dando pequeños botes, sintiendo a cada uno cómo los muslos de la mujer presionaban sus hombros, y su sexo frotaba su cuello, humedeciéndolo ligeramente.

Tras unos minutos, sintió la mano de Lorena en su espalda, indicándole que se detuviese. Una vez lo hizo, escuchó un zumbido, y a los pocos segundos, sintió el tacto plástico de un objeto vibrando en su espalda, justo a la altura del sexo de su amazona. No le costó mucho imaginar qué estaba pasando, y pronto los movimientos de Rebeca, apretando su cuello al contraer rítmicamente sus muslos, se lo confirmaron. La respiración de Rebeca se fue acelerando y volviendo más audible durante los siguientes minutos, hasta convertirse en gemidos que alcanzaron su cumbre junto a una fuerte sacudida de la mujer, que casi le hace perder el equilibrio, mientras apretaba con fuerza al joven con sus muslos. El zumbido se detuvo, y Rebeca fue recuperando poco a poco el aliento. El cuello del joven estaba empapado, y él nunca olvidaría ese instante, excitado más allá de lo que nunca había sentido.

En cuanto la mujer desmontó, Eusebio pudo notar en sus hombros el cansancio y dolor que hasta ahora la excitación habían cubierto. Ni siquiera podía estimar cuanto tiempo la había cargado, ya que se le había pasado muy rápido, pero ahora su cuerpo le recordaba que ya había sostenido ese peso mucho rato por la tarde. La voz de Rebeca le sacó de sus ensoñaciones.
—Eso fue delicioso... Me encanta tener un orgasmo montando así. Pero ahora Lore también se merece uno, ¿verdad? Aunque a ella le gusta más de otro modo. Ponte a cuatro patas en la cama de nuevo mientras busco algo...

Lorena le tomó la mano y lo guió a la cama, tras lo cual el joven se puso a cuatro patas de nuevo sobre la misma. Al poco, pudo oír los pasos de Rebeca acercándose de nuevo, y sintió un objeto grande, liso, de plástico, sobre su espalda, con tiras de tela colgando a ambos lados. Pudo sentir cómo amarraba esas tiras a modo de arnés, cruzando sobre sus hombros y rodeando sus costillas, amarrando el objeto fuertemente sobre la parte alta de su espalda. Entonces escuchó los muelles del colchón crujir cuando Lorena se subió a la cama, y a continuación la voz de Rebeca le habló.
—Te he fijado un dildo con ese arnés. A Lore le encanta cabalgarlo así...

Un momento después, pudo sentir cómo Lorena se situaba sobre el dildo, y muy lentamente se sentaba sobre él. Por cómo colgaban sus muslos y dónde apoyó sus manos para sostenerse mejor, había montado de espaldas, recargando casi todo su peso sobre sus brazos. Un momento después sintió empezar a vibrar el dildo, que emitía un suave zumbido. Entonces sintió cómo Lorena apretaba los muslos, alzando su cuerpo ligeramente, para a continuación dejarlo caer de nuevo, subiendo y bajando, cabalgando el consolador que él llevaba amarrado. Pudo oir un suspiro de la chica, y ésta continuó moviéndose así durante un buen rato, acelerando cada vez más los movimientos.

Los brazos del joven trataban de sostenerla, pero cada vez que la chica se dejaba caer, todo su peso le golpeaba, poniéndole muy difícil la tarea. Además, según la respiración de la chica se iba convirtiendo en jadeos, mezcla de cansancio y excitación, sus movimientos se iban volviendo más bruscos, y ahora parecía que estuviese en un rodeo, botando con fuerza sobre él. En muchas ocasiones, los botes le hacían flexionar ligeramente los brazos de forma involuntaria, y tenía que hacer un esfuerzo extra para retomar su posición.

Cuando Eusebio ya no creía aguantar más, Lorena apretó sus costados con una fuerza que le sorprendió, seguido de una mezcla entre grito y gemido, seguido de otros más pequeños, mientras los movimientos de la chica se detenían poco a poco. Una vez estática, permaneció sobre él unos segundos recuperando la respiración, y a continuación se levantó, dejándose caer en la cama, junto al joven. Una vez acostada, Lorena dijo:
—Uff... cómo echaba de menos esto... Has aguantado muy bien, gracias por tu esfuerzo.
—Creo que se ha ganado un último premio, ¿verdad?—respondió Rebeca.

Tras esas palabras, Eusebio escuchó crujir de nuevo la cama cuando Rebeca se subió. Le quitaron el arnés, y con un pequeño empujón le indicaron que se acostase, y lo colocaron boca arriba. A continuación pudo sentir unos muslos a cada lado de su abdomen, sentándose a horcajadas sobre él. Por el tamaño de los muslos imaginó que sería Lorena, y no tardó en sentir la humedad de su entrepierna sobre su piel. Entonces sintió cómo otros muslos se colocaban a cada lado de su cabeza, y por el aroma que percibió, no tenía duda de que eran los de Rebeca. Entonces pudo sentir algo húmedo y cálido sobre su rostro, acomodándose a la altura de su boca. Rebeca le dijo entonces:
—Este es tu premio, saboréalo bien...

Tras perderse en la pasión saboreando el dulce sabor de Rebeca, y hacerla disfrutar de varios orgasmos mientras ambas mujeres se besaban y acariciaban, las chicas, agotadas, se acostaron en la cama y ordenaron al joven levantarse, tras lo cual se arroparon con las mantas. Solo entonces le dieron la orden de quitarse la venda de los ojos, y pudo ver únicamente las caras de las dos mujeres, rojas del cansancio y placer, con su pelo revuelto. Entonces Rebeca le dijo:
—Espero que hayas disfrutado, poni. Te tenemos que dejar el dispositivo de castidad puesto, por si se te ocurre malgastar tus fuerzas en tu habitación, porque mañana tienes trabajo, y querremos seguir divirtiéndonos. Si te sigues portando bien, en unas semanas te lo podrás quitar ya.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Trabajando duro (parte 3)

Continuación de Trabajando duro (parte 2)

Tareas pendientes

Al acabar la mañana, Eusebio ya había perdido la cuenta de las vueltas que le habían ordenado dar, y a pesar de los descansos intermedios, le dolía todo el cuerpo del esfuerzo, especialmente los brazos. Al fin llegó el mediodía, y le ordenaron ir a hacer la comida, mientras ellas usaban sus portátiles un rato. Tras comer, las mujeres se fueron a echar una siesta mientras él comía, limpiaba la loza y la casa, y se aseaba y vestía con un chándal, pues luego iban a salir. Todas esas tareas eran para él un descanso después de una mañana tan dura.

A las 5 de la tarde, las chicas volvieron con sus bolsos para ir a hacer la compra al pueblo. Eusebio las siguió hacia el lateral de la casa, y no pudo evitar un suspiro de desesperación cuando comprobó que se dirigían al rickshaw y no al coche. Rebeca le escuchó, y sonriendo le dijo:
—¡Vamos! Con el rickshaw ir de compras se hace mucho más divertido. Además, el super está a solo unos 10 Km...

Resignado, Eusebio alzó las varas del carro, dejándolo en posición horizontal para que las chicas pudiesen tomar siento. Mientras Rebeca subía y se ponía cómoda, Lorena amarró los brazaletes que sujetaban sus muñecas a las varas, y le colocó un pequeño arnés en la cabeza, el cual incluía un bocado que quedó perfectamente fijado en su boca, del cual colgaban unas riendas. A continuación, ella también tomó asiento, y cedió a Rebeca las riendas, quien entonces dio un pequeño tirón para indicar al chico que se pusiera en marcha. Tras el esfuerzo inicial para vencer la inercia, se dirigió a la salida del patio, y empezó a trotar por la carretera en dirección al supermercado.

El primer tramo de la ruta era un camino estrecho y aislado, que serpenteaba entre fincas, cuesta abajo. Ésto facilitaba mucho el trabajo a Eusebio, ya que el carro prácticamente avanzaba solo, por lo que podía mantener un buen ritmo. Al cabo de unos 15 minutos, llegaron a un cruce donde el camino se unía a una carretera más ancha. El joven, que ya empezaba a sudar apreciablemente, se detuvo un instante y Rebeca, tirando de una de las riendas, le indicó que fuese hacia la izquierda, tras lo cual reanudó el camino. Esta nueva carretera unía varios caminos que iban a distintos grupos de casas, y era la vía principal que los comunicaba con la villa, el lugar donde estaba la tienda más cercana. Las mujeres continuaban charlando entre ellas mientras Eusebio se adaptaba a tirar en llano, lo cual requería más esfuerzo.

Con su camiseta cada vez más empapada, el chico continuó trotando durante una eternidad, cada vez más cansado. Quiso pedir un descanso a las mujeres, pero el bocado le impedía hablar, y en cuanto redujo el paso, Rebeca tiró de las riendas diciendo:
—¡Arre! ¿Ya estás cansado? Solo llevamos 40 minutos, y en un rato ya vamos a llegar y descansarás...
Resignado, no tuvo más remedio que continuar trotando. Poco después escuchó el ruido de un tractor acercándose lentamente, y se sonrojó al preguntarse qué pensaría cualquiera que viese la escena. Al poco, el tractor empezó a adelantarlos, y se situó a su izquierda por un momento, durante el cual pudo ver cómo el conductor saludaba a las chicas, que le saludaron también. Después, acelerando ligeramente, completó el adelantamiento y continuó avanzando. Entonces Lorena dijo:
—Es un conocido nuestro, que a veces nos hecha una mano con el tractor. No te preocupes, nos ha visto en el rickshaw muchas veces.
—Eusebio, ¿qué tal si le enseñamos lo que podemos hacer? ¡Corre, no dejes que se aleje!

A pesar del cansancio, hizo lo posible por complacer a la mujer, y pasó de trote a carrera, a toda la velocidad que el peso del carro le permitía. El tractor traqueteaba delante suya, a no mucha velocidad, con lo que con mucho esfuerzo pudo mantener la distancia. El conductor giró la cabeza, y vio qué sucedía, tras lo cual se rió y aceleró un poco más, empezando a alejarse de nuevo. A pesar de los tirones que Rebeca daba a las riendas, Eusebio no podía ir más de prisa, y empezaba a faltarle el aire, jadeando con el bocado en la boca. Esto continuó un par de minutos hasta que el tractor se perdía en la distancia, tras lo cual Eusebio se detuvo, agotado.
—Lo has hecho bastante bien. ¡Así me gusta!—dijo Rebeca, divertida.
—Pobre...—respondió Lorena.
A continuación, se bajó del carro y se le acercó. Soltó el bocado de su boca, y tomando una botella de su bolso, le dio de beber.
—Gracias—dijo Eusebio
—Tranquilo, ya estamos muy cerca, a unos 2 Km. Respira un momento, y ya seguimos.

Tras unos minutos que el chico aprovechó para recuperar un poco el aliento, Lorena le volvió a enganchar el bocado, y se subió de nuevo al carro. Con un tirón de riendas, volvieron a ponerse en marcha para el último tramo del camino. Varios coches los adelantaron en los siguientes minutos, lo cual era señal de que se acercaban al pueblo. El camino se había vuelto cuesta arriba, y el peso del carro tiraba con fuerza hacia atrás, pero los minutos de descanso le permitieron seguir trotando un poco más, al límite de sus fuerzas, motivado al ver en la distancia el rótulo del supermercado, en las afueras del pueblo.

Los últimos minutos fueron muy duros, pero por fin llegaron, y Eusebio se detuvo en el aparcamiento. Las chicas se bajaron del carro, y se acercaron a él. Mientras Lorena lo liberaba de los brazaletes y le quitaba el bocado, Rebeca le felicitó:
—Lo has hecho muy bien, solo tardaste algo más de una hora, y fue bastante divertido. Como premio, iremos a comprar nosotras solas mientras descansas. Te vemos en un rato!

De vuelta a casa

Eusebio se quedó sentado en la acera, tratando de calmar su respiración, y refrescarse agitando su camiseta. Las mujeres tardaron bastante en comprar, con lo que tuvo tiempo de descansar y pensar en ellas y su nuevo trabajo. Rebeca era muy exigente, pero le encantaba como se veía cuando daba órdenes, y su sonrisa cuando veía el esfuerzo que él hacía por complacerla. Además, su cuerpo era espectacular, y a él le volvían loco sus piernas. Lorena, por otra parte, no era tan dura, y siempre cuidaba de él cuando veía que llegaba a su límite. Su amabilidad le impulsaba a esforzarse por ella. Aunque era un trabajo mucho más duro de lo que se había imaginado, estaba feliz de estar en compañía de unas mujeres como ellas.

Un saludo de Rebeca lo sacó de sus ensoñaciones, y se levantó. Las chicas habían vuelto con un carro cargado con las bolsas de la compra. Eusebio les preguntó dónde ponerlas en el rickshaw, y Lorena le explicó que las llevarían en la superficie que hay delante de los asientos, junto a los pies de las chicas. Empezó a cargar las bolsas, pero antes de terminar, con unas cuantas aún por colocar, no quedaba más espacio, y sin saber qué hacer, preguntó de nuevo a las mujeres. Ellas cuchichearon un momento, y finalmente le dijeron que las ponga en un lado del asiento. Él obedeció, preguntándose cómo iban a sentarse las dos entonces. Una vez terminó, sujetó el carro y Lorena le colocó de nuevo los brazaletes, pero dejó guardado el bocado. Entonces ella se subió al carro y se sentó en el hueco libre, mientras Rebeca se quedaba al lado de Eusebio, que la miró extrañado. Entonces ella le explicó:
—Verás, compramos mucho y no hay sitio para todo en el carro, así que pensé que tal vez podrías llevarme a hombros... ¿Harías eso por mi?
—Lo intentaré, pero no se si seré capaz...—respondió preocupado Eusebio.
—Si lo haces bien, te daré un premio especial. Vamos, agáchate.

Eusebio se puso de cuclillas, y la mujer se sentó sobre sus hombros. Entonces él intentó incorporarse, pero el peso se lo dificultó, y casi pierde el equilibrio. Finalmente, logró ponerse en pie, y tras un instante para acostumbrarse al peso, empezó a trotar cuesta abajo, de vuelta a casa. Podía sentir perfectamente la fuerza de los muslos de Rebeca apretando su cuerpo para sostenerse mejor, ya que él tenía los brazos ocupados con el carro y no podía ayudarla. El carro pesaba ligeramente menos que antes, al haber sustituido a la chica por un montón de bolsas, pero aún así le empujaba cuesta abajo con fuerza, con lo que iba bastante rápido a pesar del peso que cargaba.

Antes de los 15 minutos ya habían llegado a la parte llana de la carretera, y Eusebio tuvo que empezar a tirar del carro, que ya no se impulsaba por su propio peso. Pero él no prestaba mucha atención al carro, sino a los muslos situados a ambos lados de su cuello. No podía evitar mirar constantemente para ellos, y concentrarse en sentir su fuerza, y cómo botaban ligeramente con sus pasos. Rebeca probablemente estaba disfrutando de esa misma sensación, y de ver cómo él sudaba bajo su cuerpo, mientras que Lorena se había puesto a leer una revista en el carro para distraerse.

El cielo empezaba a enrojecerse con el atardecer, y del mismo modo se enrojecía la cara del joven acalorado con el cansancio tras medio camino. Sin ni darse cuenta, había bajado un poco de velocidad, dando pasos más pequeños, y respirando muy agitadamente. Rebeca, dándose cuenta, le dio un apretón con sus piernas y le dijo:
—Ánimo, ya falta menos de la mitad del camino. Esfuérzate para mi, quiero llegar antes de que se ponga el sol...
Mientras decía esto, acariciaba el pelo del chico, quien redobló esfuerzos por seguir el ritmo, recordando que ella le había prometido un premio si hacía un buen trabajo. Sus hombros estaban adoloridos ya del peso que botaba incesantemente sobre ellos, y de tirar del carro, y sus piernas ardían de cansancio, pero tenía que hacerlo. Aún quedaba media hora para la puesta de sol, podía lograrlo.

Al rato llegaron al cruce donde tomaron el estrecho camino hacia casa. Pronto Eusebio recordó que ahora ese trozo era ahora cuesta arriba, y estaba tan cansado que apenas podía hacer frente a la fuerza que el carro hacía tirando de él hacia atrás. Tuvo que bajar el ritmo para poder avanzar, y en esta ocasión Rebeca no le presionó, pero cuando vio que el sol empezaba a ponerse, gastó sus últimas fuerzas en acelerar el paso, y tras los minutos más largos de su vida, cruzó el portal de casa. Se detuvo en el patio, jadeando y empapado en sudor, y esperó a que Lorena se bajase y lo liberase del carro. Después, se agachó para que Rebeca pudiese desmontar. Ella, tras levantarse, le dijo, mientras le tendía una mano para que se levante:
—Te esforzaste mucho por mi, ¿verdad? Buen chico... Te has ganado el premio que te prometí. Guarda la compra, y después ven a vernos a nuestra habitación...

 

Continúa enTrabajando duro (parte 4)

jueves, 7 de noviembre de 2013

Trabajando duro (parte 2)

Continuación de Trabajando duro (parte 1)

Trabajo nuevo

Tras la entrevista todo sucedió muy rápido. Las chicas le habían explicado sus tareas diarias, y que irían surgiendo otras según ellas deseasen. Después de sellar el trato, Eusebio regresó a su domicilio, preparó una pequeña maleta, y regresó con ellas, para instalarse y pasar ahí la noche. Al día siguiente tendría que madrugar para empezar su primer día de trabajo, pero era incapaz de dormir por los nervios. No solo era un trabajo nuevo, sino una vida entera nueva, en otra casa, y con dos mujeres... Además este trabajo no se parecía en nada a lo que él conocía, y eso le intimidaba. Finalmente logró dormirse tras varias horas dando vueltas.

Su despertador sonó a las siete, y Eusebio se levantó somnoliento tras apenas haber dormido, pero con ganas de hacer un buen trabajo su primer día. Se duchó rápidamente, se puso su uniforme, consistente únicamente en un calzón negro ajustado, y se dirigió a la cocina. Tras rebuscar puerta por puerta, y revisar la nevera, se puso a preparar el desayuno que anoche le habían pedido las chicas. Cortó unas piezas de fruta, preparó unas tostadas, y finalmente un café con leche para cada una. Mientras ponía todo cuidadosamente sobre la mesa del comedor en unos manteles individuales, escuchó el despertador de las chicas, quienes al poco entraron al comedor, ataviadas con una bata blanca cada una. Eusebio las saludó con una reverencia, y se sentaron.
—Buenos días.
—Buenas... Por favor, ocúpate de nuestra habitación mientras desayunamos.

Eusebio dejó a las chicas desayunando y se dirigió a la habitación. Era muy amplia, con decoración de estilo victoriano, y una cama con colchas rojas en el centro. Abrió la persiana para que entrase luz, y se puso a hacer la cama, dejándose embriagar por el aroma a mujer que flotaba en el aire. Luego abrió la ventana para ventilar el cuarto, y llevó el cesto con la ropa sucia al cuarto de lavado. Volvió al comedor, y esperó observando mientras las chicas terminaban su café. Cuando terminaron, Rebeca le dijo:
—Nosotras vamos a tomar una ducha. Aprovecha para desayunar tu, porque luego te tenemos preparado un trabajito...

Primera lección

Tras desayunar y lavar los platos, Eusebio esperó por las chicas, que no tardaron en llegar. Rebeca vestía ropa de deporte negra ajustada, compuesta por un pantalón corto que dejaba descubiertos sus muslos y se pegaba a cada recoveco de su cuerpo, y una camiseta que apenas podía contener sus grandes pechos, los cuales marcaba perfectamente, al igual que hacía con los kilos de más de su vientre. Lorena, más discreta, llevaba una camisa cuadriculada blanca y roja suficientemente holgada, y un pantalón vaquero largo que realza su gran cadera y termina en unas botas de cuero altas. Eusebio no pudo evitar quedarse mirando un instante a las dos bellezas. Entonces Rebeca dijo:
—Bueno, vamos a empezar con lo que tenemos pensado para hoy. ¿Sabes qué es el ponyplay, Eusebio?
—Me suena vagamente—respondió Eusebio—. Vi algo en un capítulo de Bones, pero poco más...
—Bueno, algo es algo. Verás, cabalgar es una de nuestras actividades favoritas, y tenemos bastante experiencia con ponis humanos. Como te explicamos al contratarte, como sirviente tus tareas no se limitan a las domésticas, sino que debes complacernos en lo que necesitemos, y... pensamos que podrías ser nuestro nuevo poni.
—¿Como en la prueba de la entrevista?
—Así es, aunque el rickshaw no es el único estilo que existe. También se puede montar directamente, a dos o a cuatro patas. Ya irás aprendiendo poco a poco. ¿Qué te parece si empezamos practicando un poco?
—Está bien, lo haré lo mejor que pueda.

Todo esto acerca del ponyplay se le hacía extraño, pero ya sabía que su trabajo iba a serlo, y lo que había probado en la entrevista no parecía tan malo. No era más que algo de ejercicio, mucho menos que cuando le tocaba recoger forraje en su anterior trabajo. Además, nunca había tenido unas jefas tan sexys. Eusebio siguió a las mujeres al campo de la otra vez. Cuando llegaron Rebeca se sentó en un taburete situado junto a la entrada, al lado del rickshaw, y le indicó:
—Lore se encargará de explicarte, es su especialidad.
—Hoy no usaremos el carro—dijo Lorena mientras seguía avanzando—, sino que practicaremos la monta a cuatro patas. Bien, aquí está bien. Por favor, ponte en posición.

Tras detenerse donde le indicó, a unos 20 metros de la otra mujer, Eusebio obedeció, arrodillándose primero sobre la tierra, que al no ser muy dura no lastimaba sus rodillas, y luego apoyando sus manos en la suave hierba, en posición de gateo.
—Muy bien. Ahora me subiré a tu lomo...

Lorena pasó una pierna sobre su espalda, quedando a horcajadas de él, y se sentó lentamente sobre su espalda. Eusebio pudo sentir el tacto del pantalón vaquero sobre su espalda desnuda, casi sobre la cadera, así como su peso, que debía rondar los 65 kilos, y la fuerza que sus muslos hacían contra sus costados. Luego, ella apoyó sus manos sobre la parte superior de su espalda, para mayor sujeción.
—¿Estás cómodo?
—Si...
—Bien, pues entonces empecemos... Llévame hasta junto Rebe, despacito.

Eusebio miró hacia Rebeca, que los observaba sentada en su taburete con las piernas cruzadas, y empezó a moverse. Notó cómo su cadera, y el peso de Lorena, se desplazaban de un lado al otro a cada paso, y cómo ella apretaba los muslos para no perder el equilibrio.
—Trata de no moverte tanto hacia los lados
Él intentó moverse con más cuidado, manteniendo lo más recta posible la cadera.
—Bien, mucho mejor... Sigue...

Tras unos cuantos pasos más, Eusebio llegó a junto Rebeca, y se detuvo a sus pies. Aprovechó para disfrutar la hermosa vista ante sus ojos: sus muslos brillaban con la luz del tenue sol otoñal, con un aspecto suave que contrastaba con lo fuertes que parecían. Lorena lo sacó de su ensoñación con la orden de llevarla de nuevo al punto de partida, y él obedeció, extremando el cuidado para no moverse tanto. Durante el paseo comprobó que así era más sencillo avanzar, y la chica iba más cómoda sin preocuparse por el equilibrio. Tras llegar al destino, ella le preguntó:
—¿Qué tal? ¿Cansado?
—Me cuesta un poco no balancearme, pero por lo demás bastante bien...
—Eso es porque me senté muy atrás. Cuanto más atrás, más balanceo, pero menos peso soportan tus brazos. Mira...

La mujer apoyó los pies, se levantó, y volvió a sentarse, de esta vez más adelante, sobre su zona dorsal. Rápidamente notó la diferencia: ahora la mayor parte del peso de la chica recaía sobre sus brazos, y los muslos de la chica colgaban junto a ellos. Ella le ordenó volver a llevarla hasta Rebeca de nuevo, para experimentar la diferencia. Ciertamente, así se balanceaba mucho menos, y no tenía que preocuparse tanto del equilibrio, pero el movimiento era mucho más agotador por el esfuerzo de sus brazos. Cuando llegó a junto de Rebeca, respiraba pesadamente, y un poco de sudor empezaba a brotar de su frente.
—¿Notas la diferencia? ¿Qué tal ahora?
—Cansa más...
—Déjame probar a mi—interrumpió Rebeca.

Lorena miró para su compañera, se levantó, y se dirigió hacia ella. Rebeca también se levantó, le cedió el taburete, y se acercó a Eusebio, quien aprovechó la pausa para estirar los brazos y darles un descanso. Una vez la chica llegó a su lado, se detuvo delante suya, y se sentó directamente en sus hombros, con sus piernas colgando hacia adelante. El chico tuvo que hacer un esfuerzo para no doblar sus brazos al sentir el peso de Rebeca, que superaba al de su pareja, y debía rondar los 85 kilos. A la mujer le encantaba sentir los músculos del chico esforzándose por sostenerla, y se tomó un momento para disfrutar la sensación. Eusebio, mientras tanto, veía las piernas de la mujer colgando sobre sus hombros, a los lados de su cara, y podía oler el dulce olor de su loción, casi sentir su suavidad contra su piel, mientras notaba el cansancio acumularse en sus brazos.
—Adelante, llévame con Lore—le dijo con tono divertido.

El chico empezó a avanzar, presionando con fuerza el suelo con sus manos cada vez que cambiaba el peso de un lado al otro. Antes de llegar a la mitad del camino, ya sentía el calor en su cara, que empezaba a cubrirse de sudor, y sus brazos temblaban ligeramente por el esfuerzo. Continuó avanzando los pocos metros que faltaban, hasta que finalmente llegó a junto la otra mujer. Rebeca le felicitó, y sin levantarse habló con la otra mujer.
—¿Qué le vas a enseñar ahora?
—Por ahora lo mejor es que practique.
—Entonces ven un momento, quiero que pruebe algo.

Lorena miró para su pareja un instante, dudosa, y a continuación sonrió y se levantó. Eusebio la perdió de vista cuando se acercó, porque los muslos de Rebeca le impedían ver los laterales, pero pronto supo dónde había ido cuando sintió el tacto de sus vaqueros sobre su espalda otra vez, justo detrás de la otra mujer. No pudo evitar soltar un pequeño gemido y echarse instintivamente hacia atrás, tratando de desplazar un poco del peso de sus brazos hacia sus piernas, ya que éstos le temblaban por el esfuerzo de sostener a las dos mujeres a la vez. Las chicas no le dieron ninguna orden, por lo que se quedó quieto en el sitio, pero el peso le resultaba agotador y, según pasaba el tiempo, cada vez le costaba más sostenerlas, hasta que a los pocos minutos les dijo:
—No puedo más... Es... muy duro...
—Aguanta un poco más, hazlo por mi—le respondió Rebeca, mientras acariciaba su cabeza.

El chico hizo lo posible por aguantar, pero al cabo de un par de minutos sucumbió al peso, y cayó acostado contra el suelo. Las chicas se levantaron, y observaron por un rato el cansado y sudado cuerpo del chico. Tras recuperar el aliento, se levantó de nuevo, liberado del peso, y se quedó a cuatro patas.
—Bueno, ha sido divertido, pero ahora debes continuar practicando—dijo Rebeca mientras se sentaba en el taburete.
—No te preocupes, te lo pondré más fácil—añadió Lorena, mientras se sentaba de nuevo en la parte baja de su espalda—. Sentándome así no te cansarás tanto, pero quiero pedirte algo...
—Dime...
—Quiero que des una vuelta entera al campo.
—No se si podré...
—Vamos, ¡inténtalo!—le animó Lorena, mientras le daba una palmada en el muslo.

Eusebio empezó a avanzar, rodeando la finca. Sus brazos estaban cansados, pero montada así, la carga no le resultaba tan pesada, y pudo completar en unos cuantos minutos el trayecto hasta el fondo de la finca. Tras rodear el lado más estrecho del rectángulo que la finca formaba, emprendió el camino de regreso, sintiéndose agotado de nuevo, pero decidido a lograrlo. Cada vez avanzaba más pesadamente, según el cansancio iba haciendo mella en él. Cuando llegó al final del recorrido, de vuelta a la entrada, se detuvo, y Lorena se levantó de su lomo.
—Descansa unos minutos, después me toca a mi.—dijo Rebeca sonriendo.

 

Continúa en Trabajando duro (parte 3)

lunes, 21 de octubre de 2013

Trabajando duro (parte 1)

Malos tiempos...

Eusebio había sido uno de los desafortunados elegidos para ser despedidos de la empresa ganadera en la que había trabajado toda su vida. La zona en la que vivía era eminentemente rural, y la automatización había provocado reducciones de plantilla en varias ocasiones durante los últimos años, y en esta ocasión le había tocado a él. La mayoría de sus vecinos habían emigrado ya a la ciudad, donde había más oportunidades, pero él no tenía los medios para poderse marchar, ni familia que le pudiese acoger.

Con el desempleo por las nubes, encontrar un nuevo trabajo, especialmente en una zona rural, iba a ser toda una odisea. Tras unos meses hojeando periódico tras periódico, y llamando a las pocas ofertas que había visto, ya había perdido la esperanza. ¿Quién iba a contratar a un crío de 22 años, con tan solo los estudios básicos? Además, estaba agotando sus escasos ahorros, y no podía seguir así mucho más tiempo.

Entonces vio un anuncio que le llamó la atención:

Él no tenía experiencia en esos temas, pero sabía de qué iban. Como el que más y el que menos, en los últimos años había visto en Internet vídeos e historias acerca del mundo del BDSM, y sabía de la existencia de mazmorras donde tenían esclavos 24 horas para servir a sus socios. La idea le había dado curiosidad, pero jamás se habría planteado probar algo así. Sin embargo, ahora la desesperación le animaba a probar suerte. Al fin y al cabo, no era muy lejos de allí, le cubrirían todos los gastos, y no tenía nada que perder, por lo que decidió llamar y concertar una entrevista.

La prueba

Llegó el día que habían acordado, y a la hora prevista él ya estaba esperando delante del portal en la dirección que le habían dado. Se trataba de una propiedad en una zona un poco aislada: si bien una estrecha carretera pasaba por delante, no había otra casa en varios kilómetros a la redonda. Unos muros rodeaban el amplio terreno, y a través del portón se veía la fachada de una casa de piedra, antigua pero bien cuidada. Llamó al timbre, y dos mujeres salieron a recibirle.
— Hola, tu debes ser Eusebio, el candidato... ¿verdad?
— Si, y tu eres... ¿Rebeca?
— Así es, y ella es mi pareja: Lorena.

Rebeca era una mujer alta y voluminosa, de pelo entre rubio y castaño. Llevaba una blusa rosa con escote cuadrado que permitía imaginar el gran tamaño de sus pechos, y unas mallas negras que transparentaban ligeramente. Lorena era morena, un poco menos corpulenta y más baja. Vestía una camiseta azul de escote redondeado, cubierta por una chaqueta blanca y abierta, y un pantalón también blanco que marcaba su impresionante cadera y fuertes muslos. Era la primera vez que Eusebio veía una pareja de lesbianas, y ésto le excitaba bastante, especialmente porque siempre le habían atraído las mujeres con buenas curvas como ellas.

Las mujeres le hicieron una breve entrevista:
— ¿Tienes experiencia en el BDSM?
— No, aunque siempre he sentido cierta curiosidad...
— Entonces, ¿qué te motivó a llamar?
— Mi situación es un poco desesperada, llevo bastante buscando trabajo, y hay pocas expectativas por aquí.
— Para este trabajo hace falta una buena forma física, ya que tendrías que hacer ciertos esfuerzos, y también saber llevar la disciplina: debes obedecer sin rechistar. ¿Crees cumplir ambos requisitos?
— Bueno, mi anterior trabajo en la granja era bastante duro, por lo que creo poder con el esfuerzo, y sobre la disciplina... mis padres me dieron una educación muy estricta, y en la empresa nos traían muy a ralla, por lo que creo soportarlo.
— Interesante...aunque tendremos que ponerlo a prueba.

Eusebio no sabía realmente qué esperar de la prueba, pero estaba asustado. Las mujeres se alejaron unos pasos para hablar en privado, y al acercarse de nuevo le ordenaron quitarse la ropa, dejando únicamente la ropa interior y el calzado para, según ellas, examinar el material. Su rostro se enrojeció, y titubeó un instante, pero tras recordar su situación, obedeció. Las mujeres dieron una vuelta alrededor de él, observándolo, mientras él se encogía de vergüenza. A continuación, le ordenaron caminar tras ellas, y le guiaron al prado situado al lateral de la casa.

El prado estaba cubierto de una verde capa de hierba de poca altura. Medía poco más que un campo de fútbol, y estaba rodeado en dos laterales por el muro exterior de la propiedad, y en los otros dos por un muro de piedra de poca altura, con un portón de madera hacia el lado de la casa. Cuando llegaron al portón, pudo ver que al lado del mismo, en el interior, había una especie de carro, aunque diferente a los que él conocía.
— Hasta ahora nos has dado una buena imagen, obedeciendo sin rechistar, pero nos gustaría probar un poco tu forma física también... así que decidimos que la mejor forma es con nuestro rickshaw.

Sin entender muy bien, Eusebio siguió las indicaciones de las mujeres y se acercó al carro, ocupando la posición que en otro caso habría ocupado el caballo, mientras las mujeres le terminaban de explicar la prueba. En resumen, querían que les de un paseo alrededor del prado, sentadas en el extraño medio de transporte al que le habían amarrado mediante unas muñequeras. Era algo extraño para él, pero necesitaba el puesto, y ya había llegado demasiado lejos para asustarse por algo así.

Una vez ambas chicas se subieron al rickshaw, le ordenaron empezar a caminar, dando una vuelta a la finca a ritmo de paseo. Empezó a tirar del carro, y con el esfuerzo de ponerlo en marcha comprendió que no era tan fácil como había imaginado: entre el carro y las dos mujeres probablemente sumaban 200 Kg, y no era fácil vencer la inercia. Al menos, una vez en marcha las ruedas permitían que se deslizase sin demasiado problema por el pasto, y manteniendo el ritmo de paseo pudo completar la vuelta en unos 7 o 8 minutos. Pero entonces Rebeca le dijo:
— Bien, veo que no has tenido demasiadas dificultades en adaptarte al tiro, por lo que ya podemos empezar en serio. Vamos a cronometrar cuanto tardas en danos dos vueltas, así que hazlo tan rápido como seas capaz.

Esto sorprendió a Eusebio, que esperaba haber terminado ya, pero nuevamente obedeció y, a la señal, empezó a tirar tan rápido como pudo, para demostrar a las chicas que podía hacer un buen tiempo. Correr tirando del carro ya no era tan sencillo, y antes de terminar la primera vuelta ya estaba sudando a pesar de estar en ropa interior. Trató de mantener el ritmo lo mejor que pudo, a pesar de que la segunda vuelta se le hizo mucho más larga, pero por fin llegó de nuevo al portón, donde se detuvo respirando agitadamente. Entonces Lorena le dijo a Rebeca:
— Siete minutos, quince segundos. Bueno, eso apenas llega a trote, pero es aceptable para su primera vez... Con entrenamiento mejorará.
— Supongo que tienes razón, pero aún no se si se adaptará a la disciplina necesaria...

Mientras hablaban, bajaron del carro y lo liberaron, aprovechando para echarle un nuevo vistazo. Por su frente escurrían unas gotas de sudor, y estaba rojo tanto por la vergüenza como por el esfuerzo. Rebeca continuó:
— Verás, lo más importante para este puesto es que comprendas que tu recompensa no es quedarte aquí ni el dinero, sino el saber que nos has complacido tras un duro día sirviéndonos. Es algo que requerirá un proceso de adaptación, ya que la sumisión debe cultivarse, pero nos gustaría saber si tienes la mentalidad adecuada para lograrlo. Por eso....— y Lorena completó la frase.
— Quiero que beses mis botas.

Eusebio no pudo evitar soltar un sorprendido "¿Qué?", al que la chica respondió con una pequeña bofetada que lo dejó más perplejo todavía, seguida de un "¡Hazlo!". ¿Qué debería hacer? Por su cabeza pasaron mil ideas en un instante. Él había ido tan solo a una entrevista, y esto no se parecía en nada a las anteriores que había hecho... ¿Cómo se había atrevido a darle una torta? Pero por otro lado, recordó su nevera casi vacía. Además, la verdad es que las botas se veían realmente sexys en sus piernas... ¿Qué? ¿Cómo podía pensar en eso en este momento? ¿Se estaba excitando?

Hasta que finalmente tomó una decisión. En un gesto que le sorprendió más a él que a las mujeres, se arrodilló y besó las botas de Lorena, que miró a su pareja, y ambas sonrieron.
— Vaya, tenía claro que eras sumiso, pero tu necesidad nos lo ha puesto demasiado fácil... Definitivamente estás cualificado para el trabajo. Te explicaremos los detalles en la casa...

 

Continúa en Trabajando duro (parte 2)