jueves, 7 de noviembre de 2013

Trabajando duro (parte 2)

Continuación de Trabajando duro (parte 1)

Trabajo nuevo

Tras la entrevista todo sucedió muy rápido. Las chicas le habían explicado sus tareas diarias, y que irían surgiendo otras según ellas deseasen. Después de sellar el trato, Eusebio regresó a su domicilio, preparó una pequeña maleta, y regresó con ellas, para instalarse y pasar ahí la noche. Al día siguiente tendría que madrugar para empezar su primer día de trabajo, pero era incapaz de dormir por los nervios. No solo era un trabajo nuevo, sino una vida entera nueva, en otra casa, y con dos mujeres... Además este trabajo no se parecía en nada a lo que él conocía, y eso le intimidaba. Finalmente logró dormirse tras varias horas dando vueltas.

Su despertador sonó a las siete, y Eusebio se levantó somnoliento tras apenas haber dormido, pero con ganas de hacer un buen trabajo su primer día. Se duchó rápidamente, se puso su uniforme, consistente únicamente en un calzón negro ajustado, y se dirigió a la cocina. Tras rebuscar puerta por puerta, y revisar la nevera, se puso a preparar el desayuno que anoche le habían pedido las chicas. Cortó unas piezas de fruta, preparó unas tostadas, y finalmente un café con leche para cada una. Mientras ponía todo cuidadosamente sobre la mesa del comedor en unos manteles individuales, escuchó el despertador de las chicas, quienes al poco entraron al comedor, ataviadas con una bata blanca cada una. Eusebio las saludó con una reverencia, y se sentaron.
—Buenos días.
—Buenas... Por favor, ocúpate de nuestra habitación mientras desayunamos.

Eusebio dejó a las chicas desayunando y se dirigió a la habitación. Era muy amplia, con decoración de estilo victoriano, y una cama con colchas rojas en el centro. Abrió la persiana para que entrase luz, y se puso a hacer la cama, dejándose embriagar por el aroma a mujer que flotaba en el aire. Luego abrió la ventana para ventilar el cuarto, y llevó el cesto con la ropa sucia al cuarto de lavado. Volvió al comedor, y esperó observando mientras las chicas terminaban su café. Cuando terminaron, Rebeca le dijo:
—Nosotras vamos a tomar una ducha. Aprovecha para desayunar tu, porque luego te tenemos preparado un trabajito...

Primera lección

Tras desayunar y lavar los platos, Eusebio esperó por las chicas, que no tardaron en llegar. Rebeca vestía ropa de deporte negra ajustada, compuesta por un pantalón corto que dejaba descubiertos sus muslos y se pegaba a cada recoveco de su cuerpo, y una camiseta que apenas podía contener sus grandes pechos, los cuales marcaba perfectamente, al igual que hacía con los kilos de más de su vientre. Lorena, más discreta, llevaba una camisa cuadriculada blanca y roja suficientemente holgada, y un pantalón vaquero largo que realza su gran cadera y termina en unas botas de cuero altas. Eusebio no pudo evitar quedarse mirando un instante a las dos bellezas. Entonces Rebeca dijo:
—Bueno, vamos a empezar con lo que tenemos pensado para hoy. ¿Sabes qué es el ponyplay, Eusebio?
—Me suena vagamente—respondió Eusebio—. Vi algo en un capítulo de Bones, pero poco más...
—Bueno, algo es algo. Verás, cabalgar es una de nuestras actividades favoritas, y tenemos bastante experiencia con ponis humanos. Como te explicamos al contratarte, como sirviente tus tareas no se limitan a las domésticas, sino que debes complacernos en lo que necesitemos, y... pensamos que podrías ser nuestro nuevo poni.
—¿Como en la prueba de la entrevista?
—Así es, aunque el rickshaw no es el único estilo que existe. También se puede montar directamente, a dos o a cuatro patas. Ya irás aprendiendo poco a poco. ¿Qué te parece si empezamos practicando un poco?
—Está bien, lo haré lo mejor que pueda.

Todo esto acerca del ponyplay se le hacía extraño, pero ya sabía que su trabajo iba a serlo, y lo que había probado en la entrevista no parecía tan malo. No era más que algo de ejercicio, mucho menos que cuando le tocaba recoger forraje en su anterior trabajo. Además, nunca había tenido unas jefas tan sexys. Eusebio siguió a las mujeres al campo de la otra vez. Cuando llegaron Rebeca se sentó en un taburete situado junto a la entrada, al lado del rickshaw, y le indicó:
—Lore se encargará de explicarte, es su especialidad.
—Hoy no usaremos el carro—dijo Lorena mientras seguía avanzando—, sino que practicaremos la monta a cuatro patas. Bien, aquí está bien. Por favor, ponte en posición.

Tras detenerse donde le indicó, a unos 20 metros de la otra mujer, Eusebio obedeció, arrodillándose primero sobre la tierra, que al no ser muy dura no lastimaba sus rodillas, y luego apoyando sus manos en la suave hierba, en posición de gateo.
—Muy bien. Ahora me subiré a tu lomo...

Lorena pasó una pierna sobre su espalda, quedando a horcajadas de él, y se sentó lentamente sobre su espalda. Eusebio pudo sentir el tacto del pantalón vaquero sobre su espalda desnuda, casi sobre la cadera, así como su peso, que debía rondar los 65 kilos, y la fuerza que sus muslos hacían contra sus costados. Luego, ella apoyó sus manos sobre la parte superior de su espalda, para mayor sujeción.
—¿Estás cómodo?
—Si...
—Bien, pues entonces empecemos... Llévame hasta junto Rebe, despacito.

Eusebio miró hacia Rebeca, que los observaba sentada en su taburete con las piernas cruzadas, y empezó a moverse. Notó cómo su cadera, y el peso de Lorena, se desplazaban de un lado al otro a cada paso, y cómo ella apretaba los muslos para no perder el equilibrio.
—Trata de no moverte tanto hacia los lados
Él intentó moverse con más cuidado, manteniendo lo más recta posible la cadera.
—Bien, mucho mejor... Sigue...

Tras unos cuantos pasos más, Eusebio llegó a junto Rebeca, y se detuvo a sus pies. Aprovechó para disfrutar la hermosa vista ante sus ojos: sus muslos brillaban con la luz del tenue sol otoñal, con un aspecto suave que contrastaba con lo fuertes que parecían. Lorena lo sacó de su ensoñación con la orden de llevarla de nuevo al punto de partida, y él obedeció, extremando el cuidado para no moverse tanto. Durante el paseo comprobó que así era más sencillo avanzar, y la chica iba más cómoda sin preocuparse por el equilibrio. Tras llegar al destino, ella le preguntó:
—¿Qué tal? ¿Cansado?
—Me cuesta un poco no balancearme, pero por lo demás bastante bien...
—Eso es porque me senté muy atrás. Cuanto más atrás, más balanceo, pero menos peso soportan tus brazos. Mira...

La mujer apoyó los pies, se levantó, y volvió a sentarse, de esta vez más adelante, sobre su zona dorsal. Rápidamente notó la diferencia: ahora la mayor parte del peso de la chica recaía sobre sus brazos, y los muslos de la chica colgaban junto a ellos. Ella le ordenó volver a llevarla hasta Rebeca de nuevo, para experimentar la diferencia. Ciertamente, así se balanceaba mucho menos, y no tenía que preocuparse tanto del equilibrio, pero el movimiento era mucho más agotador por el esfuerzo de sus brazos. Cuando llegó a junto de Rebeca, respiraba pesadamente, y un poco de sudor empezaba a brotar de su frente.
—¿Notas la diferencia? ¿Qué tal ahora?
—Cansa más...
—Déjame probar a mi—interrumpió Rebeca.

Lorena miró para su compañera, se levantó, y se dirigió hacia ella. Rebeca también se levantó, le cedió el taburete, y se acercó a Eusebio, quien aprovechó la pausa para estirar los brazos y darles un descanso. Una vez la chica llegó a su lado, se detuvo delante suya, y se sentó directamente en sus hombros, con sus piernas colgando hacia adelante. El chico tuvo que hacer un esfuerzo para no doblar sus brazos al sentir el peso de Rebeca, que superaba al de su pareja, y debía rondar los 85 kilos. A la mujer le encantaba sentir los músculos del chico esforzándose por sostenerla, y se tomó un momento para disfrutar la sensación. Eusebio, mientras tanto, veía las piernas de la mujer colgando sobre sus hombros, a los lados de su cara, y podía oler el dulce olor de su loción, casi sentir su suavidad contra su piel, mientras notaba el cansancio acumularse en sus brazos.
—Adelante, llévame con Lore—le dijo con tono divertido.

El chico empezó a avanzar, presionando con fuerza el suelo con sus manos cada vez que cambiaba el peso de un lado al otro. Antes de llegar a la mitad del camino, ya sentía el calor en su cara, que empezaba a cubrirse de sudor, y sus brazos temblaban ligeramente por el esfuerzo. Continuó avanzando los pocos metros que faltaban, hasta que finalmente llegó a junto la otra mujer. Rebeca le felicitó, y sin levantarse habló con la otra mujer.
—¿Qué le vas a enseñar ahora?
—Por ahora lo mejor es que practique.
—Entonces ven un momento, quiero que pruebe algo.

Lorena miró para su pareja un instante, dudosa, y a continuación sonrió y se levantó. Eusebio la perdió de vista cuando se acercó, porque los muslos de Rebeca le impedían ver los laterales, pero pronto supo dónde había ido cuando sintió el tacto de sus vaqueros sobre su espalda otra vez, justo detrás de la otra mujer. No pudo evitar soltar un pequeño gemido y echarse instintivamente hacia atrás, tratando de desplazar un poco del peso de sus brazos hacia sus piernas, ya que éstos le temblaban por el esfuerzo de sostener a las dos mujeres a la vez. Las chicas no le dieron ninguna orden, por lo que se quedó quieto en el sitio, pero el peso le resultaba agotador y, según pasaba el tiempo, cada vez le costaba más sostenerlas, hasta que a los pocos minutos les dijo:
—No puedo más... Es... muy duro...
—Aguanta un poco más, hazlo por mi—le respondió Rebeca, mientras acariciaba su cabeza.

El chico hizo lo posible por aguantar, pero al cabo de un par de minutos sucumbió al peso, y cayó acostado contra el suelo. Las chicas se levantaron, y observaron por un rato el cansado y sudado cuerpo del chico. Tras recuperar el aliento, se levantó de nuevo, liberado del peso, y se quedó a cuatro patas.
—Bueno, ha sido divertido, pero ahora debes continuar practicando—dijo Rebeca mientras se sentaba en el taburete.
—No te preocupes, te lo pondré más fácil—añadió Lorena, mientras se sentaba de nuevo en la parte baja de su espalda—. Sentándome así no te cansarás tanto, pero quiero pedirte algo...
—Dime...
—Quiero que des una vuelta entera al campo.
—No se si podré...
—Vamos, ¡inténtalo!—le animó Lorena, mientras le daba una palmada en el muslo.

Eusebio empezó a avanzar, rodeando la finca. Sus brazos estaban cansados, pero montada así, la carga no le resultaba tan pesada, y pudo completar en unos cuantos minutos el trayecto hasta el fondo de la finca. Tras rodear el lado más estrecho del rectángulo que la finca formaba, emprendió el camino de regreso, sintiéndose agotado de nuevo, pero decidido a lograrlo. Cada vez avanzaba más pesadamente, según el cansancio iba haciendo mella en él. Cuando llegó al final del recorrido, de vuelta a la entrada, se detuvo, y Lorena se levantó de su lomo.
—Descansa unos minutos, después me toca a mi.—dijo Rebeca sonriendo.

 

Continúa en Trabajando duro (parte 3)

3 comentarios:

  1. Te animo a continuar, me gustan mucho tus relatos. Aunque posiblemente introducirás otras variantes, para mi la monta a cuatro patas es la mas erótica. Felicidades

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  2. Me encantan tus relatos sigue por favor. A MI personalmente me gusta mas montar a dos patas. Besos. Amazona

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  3. Muchas gracias por sus comentarios. Es genial ver a nuevos lectores animarse a dejar su huella aquí, y poder seguir contando con los ánimos de los lectores habituales. Gracias a ustedes nunca me faltan ganas de continuar!

    @ponyfast: Para mi también la monta a cuatro patas resulta la más íntima y erótica, quizá por el tipo de contacto, o quizá por el esfuerzo extra que supone. La mayoría de historias se centran en este tipo de monta, pero también trato de explorar otras alternativas para que todo el mundo pueda encontrar algo de su agrado. De todos modos, la monta a cuatro patas siempre tendrá un lugar especial.

    @Amazona: Gracias por sus palabras, es un verdadero placer saber que mis historias también pueden gustar a una Amazona. Casualmente, la siguiente parte de la historia contiene una dosis de monta a dos patas. Espero que le guste, y seguir contando con sus comentarios en el futuro, para aprender más sobre "el otro lado" y poder mejorar mis historias.

    Muchas gracias, y hasta la próxima parte!

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